En Chile –un país montañoso sembrado de volcanes- los ruidos subterráneos merecen respeto y temor. Son precursores de terremotos, avalanchas de lava, rocas y nieve que sacuden nuestra loca geografía.
Lo mismo sucede en lo político y social. Los ruidos subterráneos -que sólo los sordos por conveniencia fingen no escuchar-, anuncian cambios en la ruta de la nación. Así ocurrió el 3 de septiembre de 1924 cuando un grupo de oficiales del ejército hizo sonar sus sables en las tribunas del Senado.