» Yo no me engaño, ni he dejado que me engañen. Cuando Juan Pablo II despidió soberbio e inmisericorde, de su despacho al venerable cardenal de Sevilla, Bueno Monreal, por no estar conforme con su criterio, supe qué clase de seguidor del Cristo humillado se escondía bajo la blanca sotana papal. Cuando dio la comunión a Pinochet sin que se le paralizara la mano derecha, mientras Alsina, un cura catalán se pudría en tierra chilena asesinado por las hordas del dictador, […]»