Para salvar la democracia, primero hay que entender de qué padece.
Para Aristóteles, la democracia ya tenía un error de construcción: si el voto de cada persona tiene el mismo peso, ¿cómo se puede evitar que el ejército de los desposeídos expropie a los pocos ricos?. La respuesta de los padres fundadores norteamericanos, como Madison, a esto fue clara: se necesitaba una forma de democracia que permitiera a los dueños del país gobernar de facto, sin que esto lo advirtieran las masas desposeídas: nació así la «democracia representativa» y su núcleo no ha cambiado hasta hoy.