Ese árbol mítico se me fue transformando en una forma de vencer la distancia impuesta por la dictadura. A menudo me consolaba con la idea de que el árbol que mi yo más joven había puesto en la tierra se estaba elevando desde ese suelo tan chileno, ramificándose mientras daba la bienvenida a pájaros y escarabajos, bendiciendo el Jardín Botánico con un verdor esplendoroso, haciéndome señas desde lejos, murmurando que me esperaba un pedazo de mi pasado, que no todo se había perdido y desarraigado en el cataclismo del golpe.