Llevaré por siempre grabada en mi memoria las conversaciones tenidas con ella, al lado de su arteza de madera, llena de ropa. Yo le hablaba de lo que había aprendido en la escuela, de las tareas que tenía que hacer, de mis sueños, mientras ella escobillaba montañas de ropa. Hoy adulto, y luego de rodar mundo, me provoca una admiración inmensa y me cuesta entender que en esas condiciones de extrema dureza, ella tenía el cariño y la entereza suficiente para no cortar mis alas, dejándome volar.