Marana tha (“Ven, Señor”, “Ven, mundo mejor”), repetían en arameo los primeros cristianos para decir y reavivar su esperanza. Esperar no es pedir ni aguardar que alguien venga o que algo suceda. Es alzar la cabeza y abrir los ojos, levantarse cada día, dejarnos inspirar por el Espíritu que alienta en todo, sembrar y anticipar el mundo mejor necesario y posible, como hizo Jesús. Así sí que debemos y podemos esperar. Y merece la pena aunque fracasemos. Te lo aseguro: esa esperanza nunca fracasa.