Muy en línea con el tradicional ejercicio del cuento/cuenta, más de la mitad de su discurso fue una cantinela destinada a ocultar lo que es de principal relevancia para millones de chilenos. Piñera trató de “emborrachar la perdiz” con alegorías variopintas, estruendosas a oídos de sus parciales, pero carentes de peso específico en la sumatoria de acciones que el país requiere y que los moradores de La Moneda se niegan a mencionar y, sospecho, a realizar.