Francisco Villa y Emiliano Zapata, con sus estados mayores, culminaron el desfile y entraron a Palacio Nacional, donde se tomaron las memorables fotografías en la oficina presidencial. En ellas se ve a Villa sonriente, festivo, desinhibido, sentado en la silla presidencial –para ver qué se siente, según dijo–; a su lado la mirada oblicua, incómoda, hostil, desconfiada de Zapata, quien pensaba que esa silla debería más bien quemarse porque representaba sólo la ambición y el poder.