Imprecar a la divinidad pudiera ser un modo equívoco de manifestar una cierta fe religiosa, mediante actos de singular desesperación metafísica que buscasen romper el enigmático silencio de Dios. El imprecador exige una respuesta o al menos alguna señal que refrende su ansia de inasible certeza. Entonces, alza los brazos al cielo y blasfema contra el Todopoderoso que parece no escuchar sus ruegos ni menos mitigar el anhelo imperativo de religar, verbo matriz de toda singularidad religiosa, uniendo lo divino y lo humano.