Las clases dirigentes suelen ser exquisitamente idealistas consigo mismas, pero rudamente materialistas con los otros. El antiintelectualismo tiene hoy un doble signo. Brota tanto de la compulsiva horizontalidad en red que escupe sus ‘likes’ y sus odios a ritmo de tuit, donde todo el mundo busca distinguirse en la levedad de una indiferencia de fondo, como de una verticalidad en crisis, que se justifica como defensa elitista frente a esa inundación democrática llamada despectivamente «masa».