Los chilenos tendemos a la rigidez de pensamiento.  No somos los ases de las soluciones creativas en gran escala, porque tenemos miedo a hacer el ridículo o al qué dirán o porque somos malos organizadores y no tenemos el hábito de la reflexión sistemática. Lo único que sabemos es concesionar en forma mal negociada nuestros recursos naturales para que otros los exploten.  Y cuando sale un innovador, le hacemos zancadillas para que no nos liquide nuestra comisión por la pasada en el negocio de concesiones.