[en el mundo] hay conflictos terribles por culpa de las diferencias étnicas y de identidad, de lo cual, se deduce, deberíamos renunciar al mayor logro de la Era moderna (y de otros períodos más antiguos) cuando se dejó de demonizar la diversidad y la igualdad en la diferencia, para convertirnos en lo que Fernando e Isabel lograron en España en 1492: la unidad de un país, no por la integración de lo diverso sino por la eliminación del otro: un país con una lengua única, una raza única, una religión única en la sociedad más diversa de la Europa de entonces. En 1492 los reyes católicos expulsaron a los judíos y a los moros, tan “hispanos” (o españoles, si forzamos la historia para adaptarla a la percepción del presente) como cualquier cristiano.