Las mujeres a las que entrevisté en La Pintana trabajan de las nueve de la mañana a las seis de la tarde, nueve horas, y para llegar a ese trabajo tardan una hora y media de ida y otra de vuelta, suma otras tres horas. Además deben ir a reuniones de apoderados, mantener limpias sus casas, cocinarles a sus niños, llevarlos al control de salud, organizar su cuidado, ganarse unos pesos extras haciendo trabajos informales. Es imposible que no terminen reventadas. Y se les culpa de no tener cotizaciones previsionales regulares, de presentar “lagunas”.