Pasada la rúa Moneda, donde se alza la Casa otrora derribada por bandidos con aviones y sin moros, enfilo por la diagonal Nueva York hacia uno de los últimos bares dignos que te quedan, con ancha barra color caoba, donde el vino derramado da un lustre más perdurable que todos los pergaminos y barnices –los que a ti te faltan, Nueva Extremadura-, porque tus amantes fundadores eran unos desarrapados, con más prontuario que todos los inmigrantes del siglo XXI que nos recuerdan a diario, en las grescas por apoderarse de tus calles, la miseria humana y la impotencia de sus dioses hechos de cartón piedra.