Cumplir con algo tan elemental como defender la vida, o condenar a quienes la amenazan, mortifican o conculcan, parece exceder las posibilidades de los jueces, si alguna porción del poder político pasado, presente o futuro se ve involucrado en ellas por acción u omisión. No sólo en países pobres y dependientes, sino en lo que se considera “primer mundo”. Lo atestiguan dos recientes episodios que, aunque separados por un océano, encuentran en la ceguera judicial y hasta el absurdo un puente que los comunica: por un lado, el juicio que en la causa “Plan Cóndor” se desarrolló en Roma […]y por otro la conmutación de penas que Obama decretó a modo de cosmética despedida demagógica.