En una serie de estudios, Foulk y sus colegas demostraron que ser objeto de conducta grosera, o incluso simplemente ser testigo de ella, induce a la rudeza. Las personas expuestas al comportamiento grosero tienden a tener conceptos asociados con la grosería activados en su mente, y por lo tanto pueden interpretar comportamientos ambiguos, pero benignos, como groseros. Más aún, ellos mismos son más propensos a comportarse de manera violenta con los demás, y evocar hostilidad, afecto negativo, e incluso venganza hacia los demás.