Una de las ideas políticas centrales del liberalismo ha sido, en sus inicios, la del contrato social. Según ésta, los individuos debemos abandonar una suerte de “libertad absoluta” para ceñirnos a una sociedad con obligaciones y derechos, conocida como “Estado”. Estado que, según los “nuevos” liberales, debe ser cada vez más pequeño, las obligaciones más estrictas y los derechos más relativos. Aunque la vieja imagen parece haber triunfado en las realidades institucionales del mundo de hoy, dicho contrato no existe, ni existió nunca.