La política tiene ciertos límites imposibles de trasgredir o  sobrepasar. Tales límites no están determinados solamente por la capacidad económica del sujeto —o su posición de poder dentro de la sociedad—, sino por reglas consuetudinarias que han permitido al mismo elevarse por encima de los demás hasta colocarlo en una posición de privilegio. Se trata de principios que arrancan, a veces, de su propuesta programática (principios políticos) u, otras veces, de principios que impone la ética vigente en esa sociedad (principios morales). Cuando dichos principios se atropellan, el juicio social es lapidario y el trasgresor debe enfrentar a la comunidad.