Todavía sus ojos son dos charcos que tiemblan cuando tiene que recordar el día que logró obtener la confesión del presbítero Humberto Enríquez, a quien conoció en el Seminario Pontificio Mayor San Rafael de la diócesis de Valparaíso. Mauricio era profundamente católico, había sido acólito en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario en Quilpué, desde los 13 años quería ser sacerdote. Por eso, según cuenta, cuando Enríquez lo drogó para violarlo, el mundo –o el único que conocía– se desplomó.