Macrì deambula con las piernas de gelatina, trastabillando, recostándose contra las sogas, aferrado al cuerpo del rival e incluso a sus rodillas. A diferencia de lo que sucede en un match de box, e incluso de algunas lides políticas, el adversario no busca que caiga, sino sostenerlo para que no se desplome. Desde la transición entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem en 1989, la educación presidencial es un tópico para politólogos: la hiperinflación de ese año le estalló en las manos al padre de la democracia, pero el mensaje no iba dirigido al mandatario saliente sino al entrante. Los organismos internacionales de crédito y los grandes bancos acreedores afeitaron en seco al Presidente radical para que su sucesor peronista entendiera qué le esperaba si no hacía lo que ellos esperaban de él. El mensaje fue comprendido.