Desde su estreno en viajes presidenciales, cuando el pasado enero voló hasta Davos, en los Alpes suizos, a cada salida oficial de Jair Bolsonaro el país se pone a la espera de los desastres de turno. Es infalible: ha sido así cuando estuvo en Washington, en demostraciones de sumisión explícita frente a su modelo y paradigma, Donald Trump, luego en Chile, otra vez en Estados Unidos, y en Argentina. Ahora le tocó ir más lejos: Osaka, Japón, para la reunión del G-20