Una de las características más distintivas de la historia brasileña contemporánea es su carácter recurrente, sugiriendo una secuencia de farsas y tragedias, un perverso proceso circular que retarda el desarrollo en sus diversos planos, sea económico, político o social.  No habrá sido por casualidad –ni mucho menos por capricho de los dioses– que hemos sido la única monarquía del continente, la última nación que se libró de la esclavitud y la última en instalar la República.