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La crisis es moral, no política

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El Sur, 21-0ct-2019

La vocación fundamental del ser humano -amar y ser amado-, está relegada al final de la lista de prioridades en la sociedad chilena. Nos hace falta más amor, más ternura, más afecto, más misericordia. La anemia afectiva se manifiesta como una “globalización de la indiferencia” – como dice Francisco-, y en un individualismo y egoísmo irritantes.

Los resultados están a la vista:

+ En Chile, aproximadamente 650.000 mil jóvenes, entre 18 y 29 años, no estudian ni trabajan;

+ altas tasas de enfermedades mentales y suicidios entre esos jóvenes;

+ miles de ancianos solos, abandonados, de los que nadie se preocupa, con tasas de suicidio cada vez mayores;

+ miles y miles de mujeres abandonadas por sus maridos,

+ cientos de miles de mujeres maltratadas.

+ A ello sumemos el hecho de que tres de cada cuatro de nuestros niños han sufrido algún tipo de violencia en sus casas, vecindarios o colegios.

La violencia y la soledad, en Chile son una pandemia.

El país apostó por un modelo que gira en torno al consumo, a la competencia, al tener más. Ello deja heridos en el camino, que el Papa los llama “los descartados”. El modelo imperante apostó a que el bien individual prevaleciera por sobre el bien común, y ello llevó a que alguna de las más altas figuras del mundo civil, militar, policial, judicial, empresarial y también eclesial, se vieran envueltos en situaciones que han hecho mucho daño a todos los chilenos. Coludirse para aumentar el precio de los medicamentos, los alimentos y los servicios básicos es un pecado y un delito que clama al cielo, así como eludir impuestos, beneficiarse con recursos del fisco, usar las influencias para obtener favores, enriquecerse de manera ilícita, entre otros. Chile no apostó a que el entramado social girara en torno a la virtud, al compartir, a la austeridad, al amor al prójimo.

Hoy, en que se culpan los unos a los otros, los invito a que dejemos de mirar la paja en el ojo ajeno y miremos la viga que llevamos en el nuestro, a que reconociéramos el daño causado, y, como Zaqueo, pidamos perdón, devolvamos lo mal habido, y nos empeñemos en la construcción de una sociedad más justa y más fraterna. Los cambios se verán en el corto plazo. Se acabarían las largas esperas en los hospitales públicos; se acabarían las brechas que dividen a los menos que tienen cada vez más y los más que tienen cada vez menos; terminaríamos, además, con los bingos, las rifas, las completadas y las alcancías en los supermercados para proveer de bienes y servicio a los que nada tienen y que en justicia les correspondería ser la primera prioridad de la sociedad.

Este es el camino que nos llevará a la paz social que tanto anhelamos. Por lo tanto, en mi opinión, la situación que vive Chile no es un asunto primordialmente económico ni político. Es mucho más profundo que ello; es un tema moral puesto que la pregunta que todo hombre se hace de cara a la vida ¿qué debo hacer?, se respondió de manera equivocada, y ello hace muchos años. La respuesta a la pregunta ¿qué debo hacer? ha de estar, desde hoy, centrada en el otro y no en uno mismo. Sólo así se terminará con las odiosas distancias que nos separan y que nos segregan. Sólo así, nos podremos mirar a los ojos como hermanos. Así tendremos paz, y en abundancia, porque habrá justicia. Allí comenzará una nueva primavera que nos llevará a sacar los cercos que nos dividen y que causan tanto daño y tanto dolor. Por último, si quieren conocer de forma magistral lo que nos está pasando, les recomiendo leer de León Tolstoi, la muerte de Ivan Illich. Es la historia de un enfermo grave que sólo quería que lo abrazaran, en definitiva, su gran enfermedad, y la peor de todas, era no tener la experiencia del amor que sana lo incurable, y sin el cual, como dice San Pablo, no somos nada. Que cierto es cuando Silvio Rodríguez dice, sólo el amor engendra la maravilla. ¿Es mucho pedir encauzar todo cuanto hacemos, decimos, y pensamos, en esta dirección?

Hago un llamado a la oración y al compromiso firme de todos a trabajar por el bien común, terminar con todo tipo de violencia. Los invito a comenzar la gran batalla, tal vez la más dura, la batalla contra uno mismo para terminar con todo lo que nos impide embarcarnos en la construcción de una sociedad a la altura de nuestra dignidad como seres humamos.

+Fernando Chomali
Arzobispo de Concepción

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