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Guerra comercial: El aislamiento de Estados Unidos y el liderazgo de China en el escenario internacional

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01 de octubre de 2018

Los antecedentes de la relación entre Estados Unidos y China permiten afirmar que la guerra comercial entre ambos países es la expresión visible de un conflicto mucho más complejo de resolver que una balanza comercial desequilibrada, como lo plantea el presidente Trump. Es cierto que, como muchos consideran, podría tratarse de la mayor guerra comercial de la historia económica. El intercambio de bienes entre ambos países representa el 40% del comercio mundial lo que ha dado lugar a una compleja trama de encadenamientos productivos y de valor entre sus empresas.

La creciente interacción de ambas economías se enmarcó en una política de estado de los sucesivos gobiernos norteamericanos, especialmente después de la guerra fría, que consideraron que “la expansión del comercio internacional es de vital importancia para la seguridad nacional, así como un factor crítico para el crecimiento económico del país y su liderazgo en el mundo”.[1] En efecto, los avances tecnológicos y las nuevas formas de organización productiva determinaron que el proceso de expansión y crecimiento económico, impulsado por las corporaciones transnacionales, trascendieran las fronteras de los países.

Ya a fines de la década de los sesenta, el exsubsecretario de Estado norteamericano, George Ball, señalaba que las fronteras políticas de los estados-nación eran demasiado estrechas para las actividades de las empresas modernas. “Deben usarse los recursos del mundo de la manera más eficiente y esto solamente es posible cuando las fronteras nacionales no tienen ya un papel crítico en la definición de los horizontes económicos”.[2]

Nada dura para siempre…?

La ascensión de un personaje como Donald Trump a la presidencia de la primera potencia del mundo, así como el surgimiento de movimientos políticos proteccionistas, nacionalistas y xenófobos en algunos países de Europa, expresan algún grado de agotamiento de esta etapa de la globalización, caracterizada por producir un crecimiento económico que genera una modernización concentrada en pocos sectores pero deja un tendal de desplazados y crecientes pérdidas de ingreso para una parte importante de la población.

Trump supo recoger el sentir de esos sectores en su país, que hoy aplauden su rol de justiciero global y sus promesas de traer, de vuelta a casa, los trabajos perdidos por la globalización. Es lo que busca con la reforma impositiva, la renegociación de los Tratados de Libre Comercio con países con los que tiene déficit comercial (México, Canadá, Corea del Sur) y la aplicación de aranceles a China. En su miope perspectiva, ha hecho del déficit de la balanza de bienes, la variable en torno a la cual centra su política comercial. “A mí me gustan las guerras comerciales” y “es fácil ganar”, ha señalado Trump, alimentando el nacionalismo de sus seguidores.[3]

Ahora resulta que para la Casa Blanca, los aranceles protegerán sus intereses comerciales y de seguridad nacional, y darán lugar a que los consumidores estadounidenses compren más productos locales, lo que fortalecerá la economía del país. El problema es que este remedio es peor que la enfermedad. Su estrategia no tiene posibilidades de devolver los trabajos perdidos durante décadas al sector manufacturero.

Los aranceles son instrumentos primarios e insuficientes para ejercer un efecto claro en una economía internacional caracterizada por complejas cadenas mundiales de suministro y valor, en las cuales no solo participa China, sino otros países como Corea del Sur, Taiwan o Singapur. Los productores norteamericanos que usan insumos fabricados en China, perderán competitividad al ser obligados a pagar aranceles y, muchas de las empresas norteamericanas asentadas en China, que exportan a Estados Unidos, se verán también afectadas.

El presidente Trump ha hecho un uso político del déficit comercial, atribuyéndole todos los males del desempleo en su país, olvidándose del rol que la automatización y los cambios tecnológicos desempeñan en la caída de las cifras de empleo en el sector productivo. Tampoco toma en cuenta que “el sector servicios ha ido ganando terreno al sector productivo en la economía norteamericana, impulsado por la penetración de la tecnología, el auge de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), y la digitalización.”[4] Trump se olvida de mencionar el supéravir que registra su país en la balanza de servicios.

Tampoco está midiendo el costo político que podría conllevar esta guerra comercial, cuando falta poco más de un mes para las elecciones en el congreso. El gobierno chino ha impuesto aranceles al sector agrícola, bastión político del presidente Trump. Alrededor del 90% de los 545 productos que China ha gravado pertenecen a este sector y algunos productores señalan que la guerra comercial ya está dañando su negocio.[5]

Trump tampoco toma en cuenta los efectos de sus acciones en la economía internacional. El Banco Mundial ha advertido que la guerra arancelaria provocada por Estados Unidos con sus mayores socios comerciales determinará una caída del comercio global del 9%, equivalente a la que se vio entre 2008 y 2009 con la crisis financiera. De igual modo, ha señalado que “el proteccionismo lleva a más proteccionismo, creando una espiral perversa… El limbo que vive la negociación del tratado de libre comercio en América del Norte, los aranceles y restricciones impuestas a China y a la Unión Europea tendrán efectos negativos a través del comercio, la confianza, los canales financieros y las materias primas”.[6]

El trasfondo de la guerra comercial

Los verdaderos motivos del enfrentamiento contra China se observan claramente en tres documentos estratégicos publicados por el gobierno de Trump entre fines de 2017 y principios de 2018: el National Security Strategy, el National Defense Strategy, y el Nuclear Posture Review. En ellos se identifica a China como un adversario, a la par que Rusia, y se advierte que “China quiere moldear un mundo contrario a los valores e intereses estadounidenses”.[7]

China ha llevado adelante durante los últimos treinta años un proceso de apertura gradual de su economía pero mantiene un importante control sobre ella, que se expresa fundamentalmente en la presencia de empresas estatales ubicadas en sectores estratégicos, las cuales cuentan con créditos subsidiados. Estas condicionan a las empresas extranjeras a transferir tecnología y responden a directrices del gobierno. En China existen restricciones a los movimientos de capitales y hay áreas prohibidas para la inversión extranjera. Esto no es una novedad. Mientras la economía china fue funcional a los intereses de las corporaciones y, por ende, a los de sus gobiernos, la fuerte presencia del estado en la economía no fue un gran problema. Ni siquiera lo fueron, mayormente, temas como los derechos humanos y libertades políticas.

En los mencionados documentos se revalúa también la capacidad militar china y se considera que, en un futuro previsible, China podría ponerse al día con Estados Unidos en el campo de la tecnología de defensa. En efecto, después del bombardeo de la OTAN a la embajada china en Belgrado, en 1999, se impulsó el poderío militar mediante crecientes presupuestos en gastos de defensa, los cuales se incrementaron a un ritmo promedio del 16.2% entre 1999 y 2008.[8]

Asimismo, se muestra especial preocupación por el desarrollo de iniciativas tecnológicas masivas como el contenido en el plan Made in China 2025. En efecto, se trata de un ambicioso proyecto conducido por el Partido Comunista de China, que aspira a convertir al país, en los próximos años, en un hub de producción para productos de alta tecnología como la robótica, inteligencia artificial, computación cuántica, misiles de crucero hipersónicos, entre otros. El presidente de China, Xi Jinping considera que “la tecnología moderna es el arma afilada de un estado moderno”[9]

A los factores mencionados, hay que añadir su creciente liderazgo mundial. En enero de 2016, bajo el auspicio de China, entró en operaciones el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), un banco multilateral de desarrollo conformado por 78 países,  con sede en Pekín que, a pesar de la presión de Estados Unidos, cuenta entre sus miembros fundadores a Gran Bretaña, Alemania y Australia. Asimismo, en 2013, el gobierno chino lanzó un megaproyecto de inversiones, denominado Belt and Road Initiative para construir y mejorar carreteras, ferrocarriles, puertos y otra infraestructura en Asia, Europa y Africa, en la que las protagonistas serán empresas constructoras chinas. Además, se encuentra en proceso de negociación una iniciativa de integración, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), anunciada en 2012, que abarca a 16 países[10].

Las tres últimas iniciativas fueron lanzadas como respuesta al lanzamiento del Acuerdo de Cooperación Transpacífico (TPP) en 2010 por el presidente Obama, que apuntaba a tener una mayor presencia en Asia, contrarrestar la influencia china y ejercer el dominio económico en la zona de conflicto militar del Mar meridional de China. Por eso, resulta geopolíticamente incomprensible el retiro de Trump del TPP.

China convertido en el líder de la globalización

El tema de la guerra comercial, además de ganar aplausos en algunos sectores al interior de Estados Unidos, distrae la atención del verdadero motivo que tiene el gobierno de Trump, para frenar la presencia china en la economía internacional. Su estrategia para lograrlo es rechazar la institucionalidad multilateral, especialmente en los ámbitos del comercio, apostar al bilateralismo e iniciar guerras comerciales si las contrapartes no aceptan sus propuestas.

La inconsistencia de la política del presidente Trump ha convertido a China, paradójicamente, en líder de la multilateralidad institucional, del libre comercio y de la globalización. Sólo en el mes de agosto, el canciller chino se ha reunido con sus pares de Rusia, Japón, Corea del Sur, y los de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y con todos ha divulgado comunicados conjuntos en defensa del libre comercio y rechazo al unilateralismo y al proteccionismo.

En julio, durante la 20ª Cumbre Unión Europea-China, los dirigentes se comprometieron a defender los tres pilares del sistema de las Naciones Unidas (paz y seguridad, desarrollo y derechos humanos) a fomentar una economía mundial abierta, y a hacer que la globalización sea más abierta, equilibrada, inclusiva y beneficiosa para todos. Respaldaron el sistema de comercio multilateral y decidieron cooperar en la reforma de la OMC para ayudarla a enfrentar los nuevos desafíos que se le presentan.

Si bien China se ha comprometido a negociar y a abrir más su economía, lo que no hará es abandonar su ambicioso plan de desarrollo tecnológico, única vía que le permitirá, según lo manifestado por el presidente Xi Jinping, saltar la barrera de la trampa de los ingresos medios, y convertirse en un país desarrollado. La guerra comercial es solo un camino erróneo del gobierno norteamericano, por los altos costos económicos que ocasionará, de enfrentar al país que, en un futuro no muy lejano, le disputará su supremacía en el mundo.

La autoraAriela Ruiz Caro es economista por la Universidad Humboldt de Berlín con maestría en procesos de integración económica por la Universidad de Buenos Aires. Consultora internacional en temas de comercio, integración y recursos naturales en la CEPAL, Sistema Económico Latinoamericano (SELA), Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL), entre otros. Ha sido funcionaria de la Comunidad Andina entre 1985 y 1994 y asesora de la Comisión de Representantes Permanentes del MERCOSUR entre 2006 y 2008. Ha sido Agregada Económica de la Embajada de Perú en Argentina entre 2010 y 2015. Es columnista del Programa de las Américas.

NOTAS:

[1] Trade Promotion Authority, División B, Título XXI

[2] Ver Corbalán María Alejandra, El Banco Mundial: Intervención y Disciplinamiento. El caso argentino, enseñanzas para América Latina, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2002.

[3] Donald J. Trump en Twitter, 2 de marzo de 2018

[4] Amanda Augustine / Kan Chen / Shushanik Papanyan, “Déficit comercial: no hay que temer a la bestia”,Observatorio Económico de Estados Unidos, BBVA Researh, 11 de marzo de 2017

[5] Karishma Vaswani, China vs. Estados Unidos, la “mayor guerra comercial en la historia”: cómo nos puede afectar a todos BBC, 6 julio 2018

[6] Declaraciones del economista jefe del Banco Mundial, Shantayanan Devarajan en “El Banco Mundial advierte que la guerra arancelaria reducirá el comercio como la crisis financiera” en diario el País, Madrid, 5 de junio de 2018 https://elpais.com/economia/2018/06/04/actualidad/1528142838_188181.html?rel=mas

[7] Vasily Kashin, “The Current Crisis in Sino-US relations: How Deep Can It Be?”Centre for Comprehensive European and International Studies29 de agosto de 2018.

[8] Ídem

[9] Lowell Dittmer, A Prognosis of the Current Sino-American Malaise, Special Forum, August 31,2018

[10] Esta fue anunciada en Phnom Penh, Cambodia, en noviembre de 2012 y en ella participaron los líderes de los diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN)  y seis países que tenían suscritos Acuerdos de Libre Comercio con los miembros de esta organización: China, Japón, Corea del Sur, India, Australia y Nueva Zelanda.[x] anunciada en noviembre de 2012.

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