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¡¡¡Dejad de recibir a los refugiados!!!….. ¡¡¡disparádlos!!!

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Cuando la realidad y la hipocresía se instalan y se blanquean en las conciencias, podemos llegar a creernos que somos santa Teresa de Jesús y que el otro, -el que llama a las puertas de Europa con la lepra de la guerra-, tiene casa, mesa y trabajo en nuestra sociedad, que todavía canta, tras fumar varios porros de marihuana,  “All you need is love” y el “Himno a la alegría”.
De nada vale la “libre circulación de ciudadanas” en Europa si “las beneficiadas” no han estudiado en Cambridge o Harvard, nacido en cunas de oro o han sido bendecidas con atributos olímpicos. Las que no están en el grupo de las elegidas, terminarán en los renovados mercados de esclavas, -con menos derechos que los perros-, y la escoba de la exclusión las barrerá hasta amontonarlas en las barriadas de “las nadies”.
Europa es un invento, -como la máquina tragaperras-,  que sólo beneficia a los patricios y a la burguesía material e intelectual. ¿De verdad queremos abrir las puertas a los refugiados? ¿Acaso tenemos la generosidad y la voluntad de crear la millonaria arquitectura que se necesita para recibir, dar formación profesional y trabajo a los millones de desplazados que huyen de la muerte y se agarran a nosotros como a un clavo ardiendo?
Me temo que aquí hay muchas lágrimas de cocodrilo y que los gobiernos cada día nos representan más. Excepto las minorías de la resistencia, gran número de europeos (sobre todo la raza aria, que sin duda es superior a todas las demás), está encantado con pasar “la carga de los refugiados” a Turquía y pagar a Estambul, Jordania, Líbano etc., “cheques en blanco”, para que la sangre no ensucie el mármol de nuestra sociedad del bienestar.
Otro gallo cantaría si los refugiados llegasen con carretas cargadas de oro, con mujeres en minifalda que nos guiñasen el ojo y hombres que adorasen los bares y degustasen jamón ibérico al ritmo de “la macarena”. El éxodo bíblico, con los horrores que ello conlleva, ha hecho que Europa se encoja ante el desafío que supone aceptar al otro, tener que cambiar los esquemas mentales y la visión egocéntrica del mundo.
Cada vez que un grupo de refugiados musulmanes se establece en un barrio o calle (principalmente de clase media) de una ciudad española, los vecinos empiezan a huir atemorizados, malvenden sus viviendas y compran casas o pisos al otro extremo de la urbe donde habitan “sus homólogos” Aquí en Cartagena (Murcia), como en infinidad de sitios, se ha reproducido a rajatabla ese fenómeno, concretamente en el casco antiguo.
No ocurre lo mismo, claro, en Marbella, donde los yates de los jeques del petróleo son recibidos como platillos volantes de los dioses. Esos reyezuelos organizan fiestas con  esclavas, modelos y putones de lujo que duran hasta altas horas de la madrugada y dan propinas de infarto. Los ricos o los triunfadores nunca son refugiados, siempre son invitados de honor que revalorizan todo lo que tocan, cual vástagos del rey Midas.
Yo tuve tres amigos refugiados (además, en una época de mi vida conviví con un grupo de palestinos en Madrid[1]):
   – El primero: León Canales, el cantautor y revolucionario chileno del que ya escribí en otra ocasión. A éste, que era amigo de la hermana del Ché, Celia Guevara, la banca le desahució su pisito de 30 metros cuadros del madrileño barrio de Malasaña. Murió en Peguerinos, un pueblecito casi deshabitado de Ávila. Poco antes de morir le preguntaron ¿A que partido político perteneces? El respondió “al Partido por la Mitad”.

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León Canales y Celia Guevara, Madrid 1978. Foto: Carlos de Urabá.

No sería extraño que León, después de sufrir un doble exilio, (del Chile de Pinochet y de la España post-franquista), gritara con su inseparable guitarra, su humoso pitillo, y su  ronco, ronco rugido: ¡Dejad de recibir a los refugiados! ¡Disparadlos! Yo soy uno de ellos y vivo, después de haberlo dado todo, con treinta balazos.
– El segundo: “N”, refugiado sirio que sobrevivía vendiendo baratijas en el metro de Madrid. Habitaba una lúgubre pensión y en sus pesadillas se repetían escenas de su vida diaria “perros policía persiguiéndole en los subterráneos del suburbano para confiscarle su mercancía”. Al final se hizo taxista y se compró un apartamento. Por televisión seguía las oraciones de la Mezquita de la M-30. Cuando terminaba la cháchara del imán, ponía un vídeo porno y se masturbaba. Su casa olía a incienso y a semen.
– El tercero: Marwan, palestino. Estudió en Madrid, con matrículas de honor, la dificilísima carrera de ingeniero aeronáutico. Al terminar, estuvo entregando currículos a las principales empresas e instituciones españolas de su especialidad. En todos los lugares le dieron la espalda. Un día recibió una oferta de trabajo de la NASA, que incluía un sueldo millonario, y se fue a EEUU.
Con todos entablé una larga y entrañable (también amarga) amistad -en el  desaparecido Café Comercial de Madrid-, en las décadas de los setenta y ochenta. Si ellos, que pertenecían a la elite de los refugiados[2], no encontraron la famosa “hospitalidad española”, ¿qué destino espera en esta Europa de “los euros” y de “las máquinas tragaperras” a esas sombras de la guerra que viven en guetos o son tragadas por la mar[3]?
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordarnos unos versos que solía recitar León Canales en el Rincón del Arte Nuevo de Madrid:
Muchacho, si quieres ser feliz, como dices
no analices, no analices.
 
Javier Cortines 
http://www.nilo-homerico.es/
Notas:
[1] Con el grupo de palestinos monté un pub árabe, llamado Abu Nawas, en la calle Gonzalo de Córdoba (cercana a la Glorieta de Bilbao de Madrid), a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Hacíamos publicidad con un reclamo que decía: “Si quieres follar más, vete a  Abu Nawas”.
[2] “N”, con estudios inacabados d medicina, pertenecía a una familia aristocrática venida a menos. Ocasionalmente hacía de intérprete de los jeques que veraneaban en Marbella;  Marwan, genial n su campo y n muchos otros; León, juglar d los indígenas y d todas las izquierdas. Antes d la dictadura de Pinochet (1973-1990)  dirigía n Chile un popularísimo programa de televisión infantil “Bartolo Lara”.
[3] Sin un cambio profundo del sistema económico internacional, lo q no es posible sin un cambio profundo de mentalidad, lo único q haremos es intentar llenar con agua el agujero de la orilla del mar.

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