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Mercado y Sociedad. La utopía politica de Friedrich Hayek

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Es muy grato para quienes hacemos posible la existencia virtual de piensaChile,  poner a disposición de sus fieles lectores el libro titulado “Mercado y Sociedad. La utopía politica de Friedrich Hayek”, del profesor universitario y doctor en filosofía, don Jorge Vergara Estévez. En esta valiosa obra se hace un examen detallado y profundo de las teorías económicas de Hayek, pero lo más importante es que se saca a la luz sus fundamentos filosóficos y políticos, su perspectiva moral, así como la visión del hombre y la sociedad subyacentes a esto que se nombra e identifica  como lo que efectivamente es: una utopía que busca la realización de un proyecto totalitario a escala mundial.

La Redacción de piensaChile

 
Presentación
Es con mucho agrado que el Centro de Pensamiento Humano y Social de la Corporación Universitaria Minuto de Dios (Uniminuto Colombia), presenta a la comunidad académica el libro “Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek” de Jorge Vergara Estévez, Doctor de Filosofía de la Universidad de Paris 8. Este importante trabajo se publica en coedición con la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, en donde Vergara es profesor e investigador, y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) en donde hace parte de sus grupos de trabajo.
Vergara Estévez es un viejo amigo de esta casa, colaborador habitual de nuestra revista Polisemia y miembro de su Comité Científico. Ha participado de los proyectos de investigación del Grupo “Ciudadanía, Paz y Desarrollo” y con él y un conjunto de investigadores de varios países hemos construido la Red Internacional de Pensamiento Crítico.
Por eso no nos son ajenos sus aportes rigurosos que nos ayudan a comprender las vicisitudes del proyecto teórico que sirvió de base a la reconstitución del nuevo orden global.
Las transiciones que operaron, desde la década de los años setentas del siglo pasado, en el sistema de producción y en las fuerzas que orientaron el desarrollo capitalista desde entonces, tuvieron su correlato conceptual y político en un nuevo paradigma que dio paso a la reconversión de las relaciones entre la sociedad, el mercado y el Estado. Con ello se trastocaron no solo las teorías económicas que rigieron el despegue de los Estados de Bienestar y la consolidación de la sociedad de consumo masivo, sino que se produjo una ola de adhesión de las élites gobernantes a la vieja utopía liberal, ahora repotenciada y transformada desde el pensamiento neoliberal, y que se manifestó en la ideología del “mercado total”.
El entorno existente para estos cambios, como bien lo reseña este libro, estaba determinado por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia del capital y por el planteamiento de las nuevas urgencias permitieran dar el viraje hacia una fase emergente del capitalismo. En ella la fuerza productiva estaba jalonada por el uso a gran escala del conocimiento científico y tecnológico y su gestión se depositaba en manos del capital financiero.
Esto tomó su forma rotunda a partir de las políticas de los gobiernos de Reagan en Estados Unidos (1981-1989) y Thatcher en Inglaterra (1979-1990). Con ellos se demolieron las bases del modelo regulador de corte keynesiano que había estado basado en políticas de intervención estatal en todo el proceso económico. La teoría de Keynes había tenido influencia en una serie de legislaciones y prácticas de protección de los mercados y del empleo nacionales y había apuntado hacia políticas sociales tendientes a fortalecer la demanda y superar el subconsumo.
Vergara Estévez, quien tuvo que vivir en Chile el embate de las formas más extremas del modelo neoliberal que se impuso, explora el origen de este pensamiento y lo rastrea hasta la fundación de la llamada Sociedad Mont-Pèlerin (Suiza). Desde allí Fredrich Von Hayek lideró la constitución de un poderoso “tanque de pensamiento” del que hicieron parte importantes intelectuales e investigadores europeos, de la talla y la influencia de Ludwig von Mises o de la relevancia del filósofo Karl Popper.
Su influencia se extendió a Norte América en donde se implantó en el nicho de la Universidad de Chicago en cuyo seno surgieron figuras como Milton Friedman. El influjo académico y político de este grupo se ejemplifica con el hecho de que ocho de sus miembros fueron reconocidos con el Premio Nobel de economía, ratificando su hegemonía en el pensamiento económico y político por casi cuatro décadas.
Con muchos argumentos Vergara advierte que aunque hay una línea de continuidad en los planteamientos de Hayek con los de algunos de sus discípulos más destacados, como Friedman, también hay diferencias de fondo. Lo medular es que el teórico austriaco postula una sistemática y coherente filosofía política que cuestiona los caminos de la construcción social y humanística por la que, en principio, optó Occidente, llamando a revisar nociones clásicas del derecho, la sociología, la historia y la democracia.
Ya Foucault había introducido una diferenciación entre el neoliberalismo de Hayek, Mises y Erhard, que él prefirió nominar como ordoliberalismo, y el neoliberalismo pragmático norteamericano al que denominó anarco liberalismo. La primera forma, propone la libertad de mercado como principio organizador y regulador del Estado; es la intervención sobre las reglas del mercado las que crean las condiciones de posibilidad para la competencia y para el mismo Estado. Esta es la base del proyecto del capitalismo de mercado total; en ella es el Estado el que va a ser vigilado y reordenado por el mercado y no al revés, como imaginaron los liberales clásicos. Es decir, el neoliberalismo como tecnología de gobierno (Foucault, 2007) se rebela contra el principio liberal que postulaba una libertad individual garantizada por un Estado de derecho. Propone dar paso a la conminación al mercado y al Estado para que den lugar a condiciones políticas y económicas propicias para que los ciudadanos se vean “obligados” a ejercer su libertad en un medio ambiente propicio para la competencia.
La tarea del Estado ya no es garantizar los derechos sociales y la democracia económica sino organizar y legitimar una estructura social y unas reglas económicas para establecer la competencia mercantil como el rasero de todo el funcionamiento de la sociedad. No se trata de proteger al ciudadano que invoca la vigencia de sus derechos económicos, sociales y culturales; se trata de hacer del ciudadano un sujeto económico autónomo, que constituya su propio capital humano, que aprenda a ser empresario de sí mismo. Se hace entonces obsoleto el discurso de la igualdad conseguida a partir de la lucha de los movimientos sociales y de los mecanismos de movilidad y ascenso social, ahora las desigualdades pueden ser leídas e incorporadas en clave de competencia.
Aunque no es central en la reflexión de Vergara, era inevitable abordar los vínculos de esta teoría con las prácticas impulsadas en América Latina por esa otra forma del neoliberalismo que se condensó en los postulados de la “Escuela de Chicago” como una radicalización de la forma ordoliberal.
La presión de las resistencias sociales y las necesidades de reproducción del capital habían confluido en formas macropolíticas gestionadas desde el Estado de Bienestar. Por esa época, en América Latina, se consideraba fracasado el modelo desarrollista de mitad de siglo, la presencia norteamericana había saturado todas las áreas de la economía y el poder y las experiencias revolucionarias del tipo Cuba solo habían podido ser reproducidas en Nicaragua, sin que tuviera buen pronóstico.
En cambio, en el transcurso de los años setentas y ochentas se desataron dictaduras feroces en el Cono Sur, Brasil y algunos países centroamericanos y otro tipo de gobiernos autoritarios se extendieron por todo el continente. Incapaces de proponer un modelo propio, y sumidas en su propia corrupción e ilegitimidad, las élites intelectuales y políticas de América Latina se sumaron al carro del dogmatismo de las escuelas del “pensamiento único” provenientes de las vertientes más conservadoras del desarrollo.
En este caso se dio el predominio de una especie de anarco-capitalismo que buscaba la utopía de autogobierno del capital, mediante la extensión de la racionalidad del mercado a todos los ámbitos de la vida humana y del planeta. Se hizo más agudo el doble desplazamiento planteado por el proyecto de Hayek: cesar el control efectivo del Estado sobre el mercado, pero a la vez promover que éste sea el que ejerza el dominio y la orientación del aparato de gobierno.
En el terreno político y social esto se da como un pasaje hacia la cristalización de formas plutocráticas de gobierno, en el sentido que cada vez es más despejado el camino para que el poder del Estado se ejerza como gobierno de una minoría privilegiada y enriquecida, que usa su presencia en las esferas gubernamentales como palanca para ahondar, todavía más, la situación asimétrica que han contribuido a generar con sus movimientos y despliegue de fuerzas.
El experimento desarrollado por los neoliberales en Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet, fue el paradigma de la imposición del modelo bajo tutela autoritaria. Friedman y la Escuela de Chicago propiciaron las condiciones para que estos territorios fueran laboratorios para una rápida implementación de estas políticas.
Visitaron Chile por invitación de los empresarios y del gobierno de Augusto Pinochet, con quien sostuvieron una entrevista. Esto ocurrió en Marzo de 1975, pocos meses después del golpe militar contra Allende. Se ha documentado que antes del golpe de Estado de 1973, un grupo de los Chicago Boys chilenos había redactado una serie de propuestas que contenían las líneas básicas para la neo-liberalización de la economía.
En su conferencia “Bases para un desarrollo económico” dictada el 26 de marzo de 1975, Friedman expuso sistemáticamente su doctrina traducida en recomendaciones de política económica para Chile: atacar el “déficit fiscal como origen de la inflación” drásticas reducciones del gasto fiscal y de la oferta monetaria; privatización de las compañías estatales y eliminación de obstáculos para la libre empresa; reducción del proteccionismo arancelario y fomento de la inversión extranjera. El experimento que se debía emprender requería de una reducción drástica e inmediata de los gastos del Estado (cercana al 25%), cosa que, por supuesto, se centralizaba en la reducción del empleo estatal y en los gastos sociales. Recetas como ésta no daba lugar a ningún tipo de modulación o progresividad; el Dr. Friedman recetaba un tratamiento de shock. El objetivo también se enunciaba claramente; se trataba de: “un “paquete” de medidas destinadas a eliminar los obstáculos que actualmente existen para obtener eficaz operación del mercado privado”.
Y, claro, el principal obstáculo era la organización de la fuerza de trabajo que en Chile había conseguido, gracias a su elevada cultura política y capacidad de lucha, un significativo nivel de ingresos por salario. Por lo tanto Friedman llamaba a: “disponer de flexibilidad, es decir que existan los términos adecuados tanto como para contratar y despedir” (Friedman).
También fue Friedman de los primeros neoliberales en plantear el nuevo nicho para los mercados capitalistas: la privatización de la previsión y la seguridad social en su libro Capitalismo y Libertad, lo que significa que el ahorro individual para la vejez o la enfermedad, que era administrado por el Estado, debía pasar a convertirse en otra mercancía disponible para los ejercicios de especulación financiera, con las fatales consecuencias que eso ha traído a los pobres y a las clases medias de América Latina.
Las recetas neoliberales de Friedman fueron aplicadas casi al pie de la letra. La industria y la agricultura nacionales, especialmente las de tamaño pequeño y medio, fueron devastadas por el “tratamiento de shock” recomendado por Chicago. Sobrevino una recesión de niveles hasta entonces desconocidos; el PIB cayó un 12%, las exportaciones se redujeron en más de un 40% y el desempleo superó el 16% en la primera mitad de la década de los años ochentas. El sufrimiento por pobreza de los chilenos se hizo implacable, las oportunidades de obtener ingresos disminuyeron, mientras la carestía no pudo ser contenida como se esperaba.
Sin embargo se cumplió con el objetivo de cambiar la matriz productiva del país, se abrió la economía a las trasnacionales y a los capitales financieros, desarrollándose una reingeniería de las empresas y una total flexibilización laboral; se revirtió la nacionalización del cobre y, junto con este emblemático producto, se privatizaron las empresas públicas. La disminución de la inflación como meta y la estabilización de la tasa de cambio se convirtieron en emblemas de las batallas económicas del gobierno militar.
Al cesar el ciclo de la crisis internacional y contar con mejores precios del mercado mundial del cobre, la nueva arquitectura económica chilena comenzó a dar resultados, siendo pionera en casi todo tipo de transformaciones jurídicas, políticas y sociales para la implementación del modelo. Su desregulación de los sistemas de salud, educación y prestaciones sociales ha sido un “know how” transferido a toda América Latina, igual los cambios introducidos en el régimen laboral. Con ello se consiguió una masiva migración del ahorro desde el trabajo hacia el capital que comenzó a vivir un despegue después de 1985, llegando a duplicar el PIB en 10 años y consolidándose como el ejemplo para las economías neoliberales que trataban de abrirse paso en el continente. A eso se refiere el llamado “milagro chileno”, paraíso del libre comercio y de todo tipo de empresas y capitales trasnacionales, paradigma en la privatización, financiarización y tercerización de la economía, bajo el mando del capital financiero. El individualismo posesivo se apoderó de las clases medias y de la élites chilenas, creando el entorno cultural que hizo posible que allí se hiciera la prueba piloto de un régimen voraz, generador de las inequidades más profundas y que requirió de una dictadura criminal para doblegar, durante largos años, la larga tradición de resistencia social, política y cultural del recio pueblo chileno.
Sería una nueva generación la que reciclaría esa tradición resistente y configuraría la fuerza política que, con métodos noviolentos, con una enorme creatividad como la desarrollada durante el plebiscito de 1988, abriría un nuevo campo que arrinconó a la dictadura y condujo a un cambio de régimen.
Las sucesivas crisis del sistema capitalista mundial en la época neoliberal, y con particular fuerza la que se vive desde el año 2008, han demostrado que, a partir del modelo, no es posible construir mayor bienestar material y que, progresivamente, se va dificultando relanzar la economía real, de producción de bienes y servicios para el consumo de la población; tampoco aprovechar a fondo las inmensas condiciones, que en el nuevo entorno del intelecto general, existen hoy para la innovación y para la incorporación de las mutaciones ligadas a la producción inmaterial, relacionadas con el conocimiento, la comunicación, los nuevos lenguajes y la afectividad.
Estas transformaciones producidas por las prácticas neoliberales han estado orientadas a profundizar un régimen de propiedad privada lo menos regulado posible desde poderes estatales y cada vez más escindida de la escena pública y, por supuesto, completamente autónoma de los espacios comunitarios supérstites. Tal como insiste Vergara, este no es un proceso anclado exclusivamente en la esfera económica. El edificio regulatorio ordenado por el sistema jurídicopolítico, materializado en el entramado institucional, orientado a la normalización de las relaciones de producción y de distribución de la riqueza social, enquistado en las formas de control de la sociedad, que se vierten en los discursos y las prácticas de seguridad y convivencia, también se desquiciaron.
La privatización de los patrimonios públicos, del conocimiento social, de la ciencia, de los recursos naturales hace que la reproducción de la vida quede sujeta a campos económicos y productivos, profundamente jerarquizados, de naturaleza global. Se ha impuesto la primacía de lo privado sobre lo público. Se procura una normalización hegemónica global que abarque todos los territorios del planeta, todas las formas de producción y de trabajo para constituir un espacio único regulado por subjetividades ligadas a la propiedad privada y al individualismo en desmedro de los procesos basados en lo público y lo societario.
El proceso derivó en un radical vaciamiento de las funciones estatales que daban coherencia a las soberanías nacionales para reemplazarlas por controles sometidos a reingeniería para poder establecer nuevos marcos jurídicos para el juego del mercado global entre las Corporaciones y la multitud de agentes mercantiles. Al mismo tiempo las funciones políticas de seguridad, de control sobre las poblaciones, sobre las migraciones de la fuerza laboral, sobre el empobrecimiento y el hambre, sobre las enfermedades y las catástrofes naturales, se afrontaron desde mecanismos que tendieron a definirse como multilaterales y que buscan operar los ritmos e intensidades de la intervención militar o humanitaria, en el marco de un estado de guerra continua.
Ahondar en los meandros de este pensamiento, comprender su sofisticación e implicaciones filosóficas, así como aportar a su crítica es uno de los méritos de Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek. En la obra se hace un estudio juicioso de las teorías económicas de Hayek, pero sobre todo se muestra todo el entramado filosófico político, la perspectiva moral y la visión de la sociedad contemporánea sin las que es imposible comprender el sentido profundo del proyecto económico y de los programas de política pública que se inspiraron en el mundo a partir de la obra del austriaco.
Por eso, por estas páginas pasa la revisión minuciosa de la propuesta educativa neoliberal, su crítica del Estado de Bienestar, su óptica reticular de las relaciones del mercado con el poder y su proyecto de un nuevo sistema democrático. También se analiza el cierre de su sistema conceptual, los límites de su pensamiento y de su perspectiva epistemológica, así como los de su discurso teológico político.
El enfoque crítico de Vergara se entronca con el de analistas de distintas vertientes que conoce muy bien el autor y a quienes convoca en la parte final del texto: Lechner y Bourdieu, pero también, siempre presente en la obra de Vergara, Franz Hinkelammert. Con él podemos concluir que el capitalismo del mercado total, inspirado en Hayek, es una especie de totalitarismo. El fundamentalismo del mercado se ha ido tornando en una economía de muerte y ha ido pariendo aparatos trascedentes de órdenes autoritarios que anuncian la guerra perpetua y que exhiben como trofeo de sus tristes victorias, la inclusión de nuevos territorios y sujetos en los espacios indeterminados y vacíos de la sociedad homogénea del consumo. Cada uno de sus triunfos se presenta como derrota de la diversidad, de la singularidad y de la comunidad, es decir de las manifestaciones de la vida.
Invitamos a nuestros lectores a adentrarse en la sólida construcción argumental y teórica que nos ofrece Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek. Es una oportunidad para descifrar claves que no circulan con frecuencia en la literatura académica latinoamericana y que alimentan los procesos en marcha de construcción de un pensamiento crítico en el continente.
Oscar Useche

Bogotá, diciembre del 2014

Para bajar el libro haga click aquí: Libro Utopía Política de Hayek, de Jorge Vergara

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