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La muerte de la política

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La palabra utopía ha tenido significados distintos desde la Atlántida hasta nuestros días. En la antigüedad fueron lugares ignotos que se supone existieron, donde la vida comunitaria funcionaba a la perfección. Era, en cierto sentido, una superación de lo opaco del instante presente. En el Renacimiento, tanto en Tomás Moro, como en Campanella, las utopías constituyen regresos a la ciudad ideal cristiana: la alimentación y la vestimenta es igualitaria, la propiedad privada no existe, y se responde a una concepción de la política y de la sociedad alejada de la ética, donde el único objetivo que debe conseguir el príncipe maquiavélico es la toma del poder y su conservación. En las grandes concepciones de la historia como la de Joaquín de Fiore, la secuencia histórica de la edad del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, alcanza su plenitud en esta última etapa.
Ninguna de estas utopías del mundo moderno se ha preocupado de la democracia. Lo que hay que conquistar es una comunidad liberada e igualitaria. Las rebeliones campesinas que tanto interesaron a los teóricos del marxismo, como Engels, Marx y otros, se basan en el sueño apocalíptico que rechaza la injusticia a la que ha sido condenado el mundo campesino y que lo impulsa a buscar un universo de leche y miel, donde el cordero haga buenas migas con el león. El horizonte siempre es la igualdad. Este es el estímulo central de la jaquerie, las rebeliones campesinas en la Alemania de la Reforma, de los niveladores y de los cavadores, en la revolución inglesa del siglo XVII. Como lo manifiesta uno de los mejores estudiosos de la utopía concreta, Ernst Bloch, el hambre es la parafina que impulsa al hombre a buscar mundos mejores, movido por la esperanza.
Las utopías del siglo XIX son, a mi modo de ver, herederas de este impulso fundamental: no es otra cosa la rebelión agraria igualitaria de Graco Babeuf y Bonaroti, que pretenden complementar la tríada de la Revolución Francesa con la conquista de la igualdad. La icaria, los falanterios, son construcciones más perfeccionadas en el análisis psicológico de este mismo sueño. Incluso, la utopía científica saintsimoniana, que rechaza por prescindible a las clases ociosas- nobleza y clero-, se basa en esta misma consecución final de una sociedad ideal, dirigida por los científicos y los trabajadores.
La utopía decimonónica tuvo siempre un aspecto cristiano: para Lammenais los pobres, convertidos en proletariado en la sociedad industrial, tiene una vida peor que la del esclavo, y son la encarnación de Cristo, por consiguiente, la vida cristiana es un compromiso central con el pobre que encarna la esperanza. Es este utopismo cristiano el que más radicalmente rechazaron Marx y Engels: el socialismo con agua bendita, las sociedades inexistentes, que enajenan al pueblo con sueños irrealizables. En este plano, el paso de la utopía a la ciencia, influido poderosamente por el positivismo, condujo al socialismo al autoritarismo.
Junto a esta evolución de la utopía se ubica el antiutopismo: el sueño que la ciencia positiva liberará al hombre. En un trabajo de Franz Hinkelammert, llamado Asesinato es suicidio, relata cómo para Bacon la tortura es necesaria para la víctima, ya no para lograr su salvación, como en la Inquisición, sino para conseguir la verdad. Las utopías científicas del siglo XX son bastante conocidas. Baste citar a Wells, Barburi, Orwel, Huxley, y tantos otros, donde se pinta un mundo domesticado y totalitario. Para qué hablar de los sueños médicos: prolongación de la vida, eutanasia, manipulación genética, etc.
Si miramos la utopía desde América Latina podemos identificarla con los sueños de igualdad agraria de Villa y Zapata, de liberación nacional, de Sandino, del hombre nuevo, en Guevara… En nuestro Chile, es la utopía de la igualdad la que inspira los escritos y la acción de Bilbao, Arcos, los movimientos anarquistas y las primeras organizaciones obreras.
El neoliberalismo: una radical antiutopía
Para tratar esta proposición me he inspirado en los Artículos de amigo, Jorge Vergara, publicados en la Revista Polis. Si hiciéramos una ficción y resucitáramos al filósofo helenístico Epicuro, aquel que sostenía que el “hombre debe buscar el placer y huir del dolor”, hoy día sería comprendido por los neoliberales como el logro del placer por medio de la acumulación del dinero. A diferencia del filósofo griego, quien huyó de los placeres intrascendentes encerrado en su jardín y comiendo pan con queso, los profetas del neoliberalismo buscan la fuente de placer en el cambiante mercado de la Bolsa de Comercio o en el reinado absoluto de las grandes empresas.
Cómo hemos llegado a este nuevo concepto de placer que, como siempre, orienta esa rama fundamental de la vivencia humana, que es la ética? Fue por ahí, por los años 20 que Ludwing Mises descubrió que la política Keynesiana del bienestar de la sociedad era un obstáculo insalvable para el logro de esta filosofía del placer. La social democracia y el movimiento obrero, insertos en el mercado capitalista, habían logrado unos derechos que no podían más que dificultar la acumulación de capitales. El más mortífero de todos estos derechos era la huelga, sobre todo, si no existía un mercado de trabajo sobrante. Cómo los obreros podían paralizar la fábrica? Como dirían muchos oligarcas, incluso en la historia de Chile, si los obreros están tan bien cuidados, si no hay clases privilegiadas, por qué los proletarios pueden parar la producción?
Los sucesores de este Juan Bautista, Von Hayek y Freidman, han vivido otra época en la cual, la derrota del estado de bienestar, salud y educación gratuitas, seguro de desempleo, están a punto de la extinción.. Muy pocos economistas, actualmente, se atreven a sostener la solidaridad en el tema de las pensiones; casi nadie habla de la educación gratuita. Para qué hablar del seguro de desempleo si ni siquiera se respeta el contrato de trabajo. No sé cuento es el porcentaje de chilenos que trabajan con boletas permanentes de servicio.
La característica central del neoliberalismo es no ser liberal, es ser conservador. La idea es imponer una dictadura totalitaria del mercado que, en muchos casos, no necesita ya la dictadura política. No es un estalinismo político, ni un nazismo-fascismo, pero sí, en la periferia, si es necesario, emplea la guerra y la coerción en sus expresiones más violentas. .
La dictadura del mercado, por cierto que no es un régimen político, no es república ni monarquía, no es dictadura, ni presidencialismo, ni parlamentarismo, es mucho más: es una forma de civilización, es una contraética. El becerro de oro es un cuento de niños. El neoliberalismo también tiene pretensiones de ser una nueva religión. Por qué no? Si Saint Simon y Compte plantearon un nuevo cristianismo basado en la ciencia. El teólogo de esta nueva religión, Novak, tiene la audacia de comparar al capitalista con Cristo. No sé si lo dice, pero quienes lo crucifican son todos aquellos que critican a este nuevo santo. Pero como no basta con Cristo, es necesario una nueva iglesia, un cuerpo místico: estas son las empresas, verdaderas comunidades cristianas de base. Sólo falta la llegada apocalíptica del presidente del Banco Mundial resucitado.
Siempre estas dictaduras tiene sus víctimas: estos son los perdedores, que viven en las periferias, que ganan menos de un dólar diario, que no pueden satisfacer su hambre, ni curar sus enfermedades. Viviane Forestier retrató perfectamente el horror del mercado, como en el pasado, nadie pensó que existían los campos de concentración, cuando algo se sabía, no se creía o se pensaba que era una exageración. No creo que sea necesario ir muy lejos: incluso en Chile, la gente que vivió la gloria del dólar a $35, o que inocentemente creyó que iba a tener un televisor en colores, no supo o no quiso saber de los errores del tirano. Parece que en la humanidad hay una enorme incapacidad para comprender el sufrimiento de los otros.
Muchas veces he pensado que algún día a estos verdugos del mercado se les va a ocurrir una fórmula, una especie de vacilo que elimine a los cesantes, a los pobres, a los rebeldes…Bueno, ya ex el presidente Bush está avanzando: ha fotografiado hasta el más mínimo lunar de cuanto extranjero se atreva a visitar Los Estados Unidos. No lo digo ni por ironía, ni por un vulgar cinismo. Pienso que la marginación de lo que se llama la escoria del mercado, ya se ha producido y, los pasos posteriores, no están lejanos.
El ocaso de la política
El sentido del título de esta segunda proposición se acercaría mucho a aquellas concepciones de la decadencia de occidente, difundida por Spengler a comienzos del siglo XX. ¿Es que ya la política quedó obsoleta? Por qué las grandes mayorías no creen en la política ni en los políticos? Basta mencionar a un político para que surja la idea de fatuo, pantallero, corrupto o sinvergüenza. ¿A quién le interesa militar en un partido político? ¿Cómo se ingresa a un partido político? ¿Es necesario militar para estar en un partido político? Si quiero trabajar, ¿necesito estar en un partido político? Para ser presidente, hay que ser militante de un partido político. O ¿no es mejor simular que no lo es, siéndolo? ¿Por qué te obligan a votar cuando tú no quieres hacerlo? Las preguntas pueden multiplicarse por millones, lo central es que en todas las encuestas los políticos, salvo la presidenta de la República, salen mal librados.
Recuerdo, en la época en que enseñábamos en Serpaj educación para la democracia, esta palabra tenía para nosotros un enorme significado: habíamos perdido la democracia y su reconquista parecía como la encarnación de la utopía. Decíamos “Cuando estemos en democracia el pueblo va a participar”. Si alguien nos hubiera dicho que la democracia es una conquista mínima de convivencia política, nos hubiera parecido un concepto muy mezquino, dicho por un ser muy frío.
Bueno, en la actualidad, la transición a la democracia no llenó nuestros sueños: no ha habido ningún cambio en lo político, salvo que el tirano envejeció evitando ir a la cárcel a la aplicación de una razón de Estado, propia de Luis XIV, concedida por un presidente de la Concertación.
Posteriormente, uno lee y profundiza, y descubre que la mayoría de los pensadores políticos no han sido muy afectos a la democracia. Según Platón, a Sócrates no le gustaba demasiado esta mezcla entre los buscadores de la verdad, los filósofos, y los vulgares mercaderes aceituneros y sembradores de habas. El mismo Platón fue partidario del gobierno de los filósofos y estaba muy poco dispuesto a satisfacer a la plebe. Para la iglesia medieval, el buen gobierno era dirigido por los representantes de Dios: los obispos. Para Maquiavelo, los príncipes, – más vale ser temido que amado-; para Hobbes, los monarcas, para evitar que los lobos se mataran con los lobos. Para Ortega y Gasset, las masas invaden todo, vulgarizando y eliminando a los mejores. El sufragio universal fue siempre un peligro: cómo van a votar todos de igual forma, que tengan más votos los más cultos, los que tengan propiedades, que no voten las mujeres, pues sólo son entes reproductores, que no voten los menores de 21 años, porque son irresponsables; que no voten los analfabetos, porque son estúpidos. Siempre han existido limitaciones a la democracia. Por ejemplo, la aristocracia chilena nunca entendió a la democracia como el voto igualitario de todo el pueblo. Sólo en los años 70 votan todos los inscritos en los registros electorales. Hasta los años 30 sólo votó un 10% de la población capacitada para votar.
Los que somos más viejos y estábamos comprometidos en política recordamos aquellos mapas de América Latina, cubiertos de gobiernos dictatoriales. En cada época se salvaban dos o tres países. Hoy tenemos democracia en toda Latinoamérica. Poco importa si alguno de los presidentes sólo cuenta con 20% de apoyo. Da lo mismo si en alguno de los países han durado muy poco los presidentes, pero al fin, hay democracia.
Para la dictadura del mercado, la democracia es un aditamento, es un perfume de buena marca, no le es imprescindible, pero es mucho más presentable que las tiranías de seguridad nacional No es en el Parlamento, ni en los ejecutivos, casi autocráticos, en América Latina el campo donde se resuelve, no sólo los problemas económicos, sino también los de salud, educación e, incluso, la ética.
El Estado ya no es sólo el guardián que asegura la tranquilidad de los propietarios amenazados por los rebeldes, además, sigue teniendo funciones importantes para el lucro capitalista. Por ejemplo, en Chile el gobierno no cobra un solo centavo a los explotadores de la gran minería del cobre, hace la vista gorda ante balances que muestran pérdidas, cuando la libra de cobre ha subido de 80 centavos, a 2,50 dólares – la friolera de 28 centavos en poco tiempo, más de 380.000.000 millones de dólares. Un senador pide, humildemente, que se cobre, al menos, por la futura extinción del mineral, y algunos dirigentes socialistas se convierten en los mejores defensores de las empresas extranjeras. Ni siquiera la oligarquía de 1891 a los años 30 fue tan torpe, como los gobiernos de la Concertación. Por el menos, en el caso del salitre, se cobró un impuesto aduanero por tonelada de salitre vendida. Domingo Santamaría, cazurramente, esperaba a los ingleses en la puerta, para cobrarles. Que hayan malgastado el dinero, es una falta menor si la comparamos con la mera tontera de regalar la riqueza natural a extranjeros. Incluso más, el ex patrón de patrón de patrones chilenos, Sr. Riesco, se espanta cuando el ministro de Hacienda suplica que los empresarios mineros redacten bien sus declaraciones de impuestos. La Dirección de Impuestos Internos es un león para cobrar al pequeño empresario o al trabajador precario, y es una madre para proteger al gran capitalista.
También el gobierno es útil para hacerse el inocente respecto a la legislación del trabajo. Si pensamos que un alto porcentaje de los trabajadores del Estado tienen contratos a honorarios, de los cuales algunos duran 10 años, difícilmente defenderá a los trabajadores del sector privado, en análoga situación. A comienzos del 2003, una serie de funcionarios, es cierto que son los menos, les dio por confundir la caja del Estado con su cuenta personal. Algunos participaron en coimas; otros, se pagaban unos sobres con dinero en efectivo para mejorar sus salarios. Todo esto se justificaba en razón de la enorme capacidad de los funcionarios contratados, que por la patria se sacrificaban en la función pública. En otros casos, se sacaba plata de empresas para estos pagos. Todo ello, en razón de la modernización. Confieso que me cuesta aceptar, moralmente, este tipo de modernismo.
La mayoría de las encuestas demuestran que la percepción de la opinión pública, respecto de la corrupción, es mayoritariamente condenatoria. En el año 2013, el PNUD consultó a los chilenos la percepción de la política: sólo el 28% de los entrevistados le interesa la política; el 72% no demuestran ningún interés por la misma. El 45% adhiere a la democracia; el 32% le es indiferente la democracia o la dictadura, y el 18% prefiere un régimen autoritario. Chile es uno de los países, a nivel mundial, que tiene menor formación cívica, a pesar de que nos vanagloriamos de nuestro nivel educativo. Los argentinos, a pesar de gobiernos funestos, como el de Menem y de La Rúa, su pueblo tiene mayor adhesión a la democracia que el chileno.
Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo

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1 Comentario

  1. Alamedas

    Gran articulo, en busca del tiempo perdido. ¿Onanismo mental o simple desesperanza? referencias de Europa y decandencias. Los intelectuales -sin saberlo- pobres del campo y la ciudad de hace tiempo han perdido confianza en los bellos discursos.
    Saludos Fraternales.

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