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El Papa y las enfermedades de la Curia Vaticana

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22 de diciembre de 2014
En el discurso a los colaboradores, con motivo de las felicitaciones navideñas, Francisco invitó a un examen de consciencia para confesar los pecados…

Quince «enfermedades», indicadas y explicadas una por una, detalladamente. Quince sombras de pecado, que en su segundo discurso a la Curia romana, en ocasión de las felicitaciones navideñas, Francisco indica y explica, invitando a todos a pedir perdón a Dios. Ese Dios que «nace en la pobreza de la gruta de Belén para enseñarnos la potencia de la humildad», acogido no por la gente «elegida», sino por la gente «pobre y simple». Es un «verdadero examen de consciencia» el que Papa Francisco pide a sus colaboradores, como preparación para la confesión antes de Navidad.

«Enfermedades y tentaciones», que no tocan solo a la Curia y que «son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial». Pero Francisco las identifica con actitudes presentes principalmente en el ambiente en el que vive desde hace 21 meses.

«Sería hermoso -dijo- pensar en la Curia romana como un pequeño modelo de la iglesia, es decir como un ‘cuerpo’ que trata seria y cotidianamente de estar más vivo, más sano, más armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo». La Curia, como la Iglesia, no puede vivir, según Francisco, «sin tener una relación vital, personal, auténtica y firme con Cristo». Y un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente con ese alimento se convertirá irremediablemente en un burócrata. «Nos ayudará el ‘catálogo’ de las enfermedades -siguiendo la vía de los Padres del desierto- del que hablamos hoy, para prepararnos a la confesión».

La enfermedad de sentirse inmortal o indispensable

«Una Curia que no hace autocríticas, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo». El Papa recuerda que una visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas personas que «!tal vez creíamos que eran inmortales, inmunes e indispensables!». Es la enfermedad de los que «se transforman en padrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva a menudo de la patología del poder, del ‘complejo de los Elegidos’, del narcisismo».

La enfermedad de la excesiva laboriosidad

La de todos los que, como Marta en la narración evangélica, «se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús». El Papa recuerda que Jesús «llamó a sus discípulos a ‘descansar un poco’, porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación».

La enfermedad de la «fosilización» mental y espiritual

Es de los que «pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo los papeles, convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y no en hombres de Dios», sin la capacidad para «llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran».

La enfermedad de la planificación excesiva

«Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente» y cree que si actúa de esta manera «las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un contador. Preparar todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar o pilotear la libertad del Espíritu Santo… Siempre es más fácil y cómodo tenderse en las propias posturas estáticas e inmutables».

La enfermedad de la mala coordinación

Es la de los miembros que «pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso funcionamiento», convirtiéndose en una «orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo».

La enfermedad del «Alzheimer espiritual»

Es decir «una pérdida progresiva de las facultades espirituales» que «provoca serias discapacidades en las personas», haciendo que vivan en «un estado de absoluta dependencia» de sus concepciones, a menudo imaginarias. Se advierte en quienes «han perdido la memoria» de su encuentro con el Señor, en quienes dependen de las propias pasiones, caprichos y manías», en quienes construyen a su alrededor «muros y hábitos».

La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria

Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas se convierten en el primer objetivo de la vida… Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso ‘misticismo’ y un falso ‘quietismo’».

La enfermedad de la esquizofrenia existencial

Es la de quienes viven «una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar». Sorprende a menudo a los que «abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en el que ponen de parte todo lo que enseñan severamente a los demás» y llevan una vida «oculta» y a menudo «disoluta». La conversión es muy urgente para esta gravísima enfermedad, añadió.

La enfermedad de los chismes

De esta enfermedad, indicó Francisco, «ya he hablado en muchas ocasiones, pero no lo suficiente». Esta enfermedad, «se adueña de la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y, en muchos casos casi ‘homicida a sangre fría’ de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas bellacas que, al no tener la valentía de hablar directamente, hablan a las espaldas de la gente… ¡Cuidémonos del terrorismo de los chismes!».

La enfermedad de divinizar a los jefes

Es la de los que «cortejan a los superiores», víctimas del «carrerismo y del oportunismo», y que «viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar». Son personas mezquinas, inspiradas solamente «por el propio egoísmo». Podría golpear también a los superiores «cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad».

La enfermedad de la indiferencia hacia los demás

«Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro caer en lugar de levantarlo o animarlo».

La enfermedad de la cara de funeral

Es la de las personas «hurañas y ceñudas, que consideran que para ser serios es necesario llenar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia». En realidad, añade el Papa, «la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmita felicidad…. Francisco invita a estar llenos de humor y a ser auto-irónicos: «Qué bien nos hace una buena dosis de un sano humorismo».

La enfermedad de la acumulación

«Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro». Y recuerda la anécdota de un joven jesuita que estaba preparando una mudanza, con muchas cosas, libros, regalos. Otro jesuita, más anciano, le preguntó con una sonrisa: «¿Es esta la caballería ligera de la Iglesia?». «Nuestras mudanzas indican esta enfermedad», indica Francisco.

La enfermedad de los círculos cerrados

Cuando «la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. Esta enfermedad también nace siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un ‘cáncer’».

La enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo

«Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que tratan infatigablemente de multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás». Una enfermedad que «¡hace mucho daño al cuerpo, porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio con tal de alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia!». «Un sacerdote -recuerda el Papa- que llamaba a los periodistas para decirles e inventar cosas privadas de los propios parroquianos y hermanos. Para él lo que contaba era sentirse importante, ¡pobrecito!».

Francisco concluyó recordando que había leído una vez que «los sacerdotes son como los aviones, solo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos». Una frase «muy cierta, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal, y cuánto mal podría causar un solo sacerdote que ‘cae’ a todo el cuerpo de la Iglesia».

 Agencias Noticiosas en Ciudad del Vaticano

*Fuente: Reflexión y Liberación

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1 Comentario

  1. jose garcia peña

    » Pobre Papa Francisco». Está enfrentado a tantas enfermedades religiosas, que él solo, no podrá curar.
    Necesita la ayuda de una comunidad católica que abandone sus dogmas de fe y aprenda a pensar independientemente, para poder comprender lo que el Papa francisco a explicado.
    Esto no es difícil para cualquier persona normal. A mi también me inculcaron de niño estos dogmas de fe y aprendiendo a pensar, pude desprenderme de ellos. Ahora ya puedo detectar mejor, a los verdaderos enemigos de la humanidad, disfrazados de personas religiosas, que adoran más al dinero robado que al Dios manipulado.

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