Yo acuso. Carta abierta a los ciudadanos de la República de Chile
Me permito distraer su atención para denunciar un doloroso despojo que se viene produciendo en forma ininterrumpida en contra de casi todos los chilenos, en especial de los más pobres, desde hace ya 30 años. Al hacerlo, no me anima motivación política alguna. Soy absolutamente independiente. No milito en partido político alguno y jamás he desempeñado cargos públicos. Sólo es la indignación lo que me lleva a exponer esto. Soy un ciudadano hastiado, aburrido, de ser víctima de un abuso tan burdo, que lleva ya tres décadas consumándose, y que lo seguirá haciendo, según parece, durante los próximos cuatro años.
Otro crimen de odio racista en EE.UU.
Imagíne que Ud. transita por el suburbio de una ciudad y se ve obligada a pedir ayuda porque su automóvil sufrió una falla y dejó de funcionar. Su teléfono celular se quedó sin batería y Ud camina hasta la casa más próxima al lugar del hecho y tocó a la puerta con la intención de solicitar auxilio. Sin que medie ni una palabra entre Ud. y el dueño de la casa, este, al abrir la puerta, le dispara a boca de jarro en medio de la frente con el arma de fuego que empuña, lo que le deja muerta ahí mismo. Bueno, eso es lo que le ocurrió el sábado 15 de julio de 2013 a Renisha McBride, una joven mujer negra estadounidense de 19 años de edad.
Los ácratas chilenos a comienzos del siglo XX
La acracia se niega a ser calificada como una utopía, pero en la realidad lo fue: quiso terminar con el Estado, la propiedad privada, la religión – como enajenación- en base a una huelga revolucionaria: ni dios, ni amo. Para Bakunin, la Comuna de París significaba la destrucción del Estado, la religión y la propiedad privada y, en su reemplazo, la construcción de una sociedad libertaria y solidaria. El príncipe ruso Pedro Kropotkin sostiene que sin igualdad no hay justicia y sin justicia no hay moral. Su obra, La conquista del pan, fue un verdadero evangelio para los revolucionarios antiestatistas.
En memoria del mayor Mario Lavanderos Lataste: Los “otros militares” chilenos
Mario Lavanderos Lataste, el oficial de ejército de 37 años asesinado en octubre de 1973 por liberar del Estadio Nacional a 68 presos uruguayos y bolivianos que entregó al embajador de Suecia Harald Edelstam, demostró que no todos los miembros de las fuerzas armadas compartían el brutal sesgo neo-nazi de la dictadura cívico-militar encabezada durante 17 años por Pinochet y sus más sanguinarios colaboradores.