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La Unión Demócrata Independiente y la Democracia Cristiana

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Hay varios tópicos que nos permiten enfrentar un paralelo entre ambos partidos políticos de origen cristiano. En primer lugar, tanto la Democracia Cristiana, como la UDI han pretendido, a lo largo de su historia, ser partidos de vanguardia cayendo, finalmente, en la idea de la hegemonía y del camino propio. Ambas agrupaciones, desde perspectivas muy distintas, pretenden encarnar una especie de profetismo mesiánico en el mundo popular: en la Falange se expresó en la redención del proletariado y, en términos más radicales, en la democracia proletaria, expresada por Bernardo Leigthon en el congreso de “los Peluqueros”; la UDI, en especial el actual senador Pablo Longueira, persigue por objetivo desplazar a la izquierda en las comunas populares, meta no muy difícil de lograr, pues la izquierda ha abandonado todas las banderas populares para entregarse al más cerril de los oportunismos.

El centro del problema para ambos partidos reside en la evidente evolución, desde agrupaciones de vanguardia, de minorías abrahámicas – para hacer uso de la terminología de Jacques Maritain – a convertirse en partidos de gobierno donde normalmente predomina el pragmatismo de a gestión por sobre el profetismo, sea este socialcristiano o de extrema derecha, respectivamente. En el caso de la Democracia Cristiana, esta evolución desde la vanguardia del vuelo del cóndor hasta el extremo pragmatismo y completa falta de ideales, es un ciclo terminado que va desde los años 30 hasta hoy. En el caso de la UDI es necesario visualizar algunas diferencias: a pesar de ser partido mayoritario en la derecha, en el actual gobierno los partidos políticos están apartados de la gestión de un gabinete predominantemente empresarial, sin embargo, es bastante posible que la UDI pueda sufrir el mismo proceso de burocratización y corrupción que ha corroído a la DC.

En el pasado, las elecciones de presidente y de directivas del partido DC recaía en las Juntas Nacionales, aproximadamente de 400 miembros, en la que se consagraba el predominio de padres fundadores, parlamentarios, funcionarios públicos y jefes de departamento –femenino, juvenil, campesino, sindical, y otros -. En la actualidad, con un partido muy deprimido, se ha experimentado con la votación universal, con un magro sufragio de 20.000 militantes, en un padrón de 100.000. Ambas candidaturas, la de los dos ex cancilleres, se diferencian por matices al no estar en juego ninguna concepción ideológica, apenas pequeñas diferencias respecto a la política de alianzas, que terminan anulándose en una nueva versión del camino propio, que hoy se basa en un eje democratacristiano-socialista, encerrado en loas márgenes estrechos de una Concertación completamente caduca e incapaz de construir una nueva mayoría.

A diferencia de la Democracia Cristiana, en la UDI, hoy mayoritaria, su directiva se elije en un elitista Consejo Nacional que resolvió, sin mayor dilación, a favor de Juan Antonio Coloma – representante de los padres fundadores que, algunos de los periodistas llaman “coroneles”- en desmedro del candidato José Antonio Kast, que representaba una posición más conservadora, sobretodo en temas mal llamados “valóricos”.

Ambos partidos se movieron en sus épocas de mayor auge en torno a padres fundadores: así,  la DC siempre tuvo en sus direcciones a líderes como Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leigthon, Radomiro Tomic, Manuel Carretón, Rafael Agustín Gumucio, Ignacio Palma, Tomas Reyes, entre otros líderes. Esta tendencia parece continuar si juzgamos por los nuevos nombres que integran su dirección actual: además de los ex presidentes de la república, Aylwin y Frei, algunos de los “príncipes” son herederos de dirigentes históricos de la DC; por cierto que en la primera versión el predominio de losa fundadores tenía mucho sentido y, en la actualidad, es una mera caricatura, en un partido en plena obsolescencia.

Retrocediendo en la historia, tanto la Falange, precursora de la Democracia Cristina, como la UDI, cuyos orígenes debemos buscarlos en los años 30 cuando surgieron, en el campo de la juventud católica, dos grandes líneas de pensamiento: por un lado, los jóvenes falangistas que seguían las teorías de los filósofos J. Maritain y E. Mounnier y, por otro lado, el sector juvenil más cercano a la Falange española, de José Antonio Primo de Rivera, que se inspiraba en el pensamiento del filósofo político Donoso Cortés, cuya figura central, en Chile, fue el historiador Jaime Eyzaguirre, dando lugar a la escuela llamada Hispanista, que aún tiene discípulos –el más connotado de ellos es el historiador Gonzalo Vial, recientemente fallecido-.

En la época de la guerra civil española, fueron famosas las polémicas en el campo católico, entre quienes apoyaban a J. Maritain y su concepción de la relación entre la democracia y el cristianismo, y los defensores del franquismo y del integrismo católico – entre las cuales recuerdo el combate de ideas entre mi abuelo, Rafael Luís Gumucio Vergara y el presbítero Pérez, donde el sacerdote defendía, fanáticamente, el franquismo-.

Ambos sectores, el de Eyzaguirre y el de la Democracia Cristiana se fueron distanciando: el hispanismo devino con Jorge Prat Echaurren en el grupo extranjero, de tendencia fanáticamente nacionalista y portaliana, hasta llegar a Jaime Guzmán Errázuriz y su apoyo ideológico irrestricto a la dictadura de Augusto Pinochet; por su parte, la DC comienza su avance hacia el triunfo de 1964, privilegiando el camino propio.

Históricamente, desde el punto de vista electoral, el avance de la DC se realizó a costa de la depreciación del Partido Conservador –Baste comparar algunos resultados electorales: en 1960, el Partido Conservador tendía un 14,1 por ciento; la DC un 13,9 por ciento; en 1963, el Partido Conservador un 11 por ciento y la DC un 22 por ciento; en 1965, la DC un 43,3 por ciento, y el Partido Conservador un 5,2 por ciento-.

En la actualidad, se repite la historia, pero a la inversa: la UDI aumenta en detrimento de la DC: en 1989, el PDC tenía el 25,9 por ciento, y 42 diputados; la UDI, el 9,2 por ciento, y once diputados; en 2009, la DC tiene apenas un 14, 21 por ciento, y 19 diputados; la UDI, el 23,5 por ciento y 37 diputados.

Si bien no creo que los fenómenos históricos se repitan, al menos puedo afirmar que, a pesar de las radicales diferencias ideológicas entre la UDI y la DC, es muy posible que este último partido siga el camino de burocratización que destruyó al primero. Es difícil que un partido mesiánico, inspirado en las concepciones del fascismo español, además del fanatismo neoliberal, pueda convertirse en partido mayoritario en democracia y, además, ser hegemónico en un gobierno sin caer en la necesaria burocratización y corrupción, muy propias del  al botín  del Estado.

Es cierto que la aproximación al poder, por parte de la derecha, es diferente que la de centro-izquierda; hasta ahora, la primera ha demostrado ser incapaz de llevar a cabo un gobierno de partidos, más bien privilegia los gabinetes empresariales – como lo hiciera Jorge Alessandri y, ahora, Sebastián Piñera. En ambos casos, la relación con los partidos, ora distante, ora, instrumentalizadora.

24  05 2013

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