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El dilema shakesperiano y la violencia en Chile

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Citar la célebre frase de don Williams no es sólo retórica para los sucesos que estremecen los cimientos de la sociedad chilena ya que la rebelión de los estudiantes ha llegado a un punto crítico con sólo dos alternativas: “destrabar” el conflicto como dice el gobierno, en otras palabras ceder, o seguir hasta el final con todo.

Ser o no ser, es la cuestión ineludible del momento.

“Si vis pacem, para bellum” —que significa “si quieres la paz, prepárate para la guerra”— es una máxima de la antigua Roma atribuida a Vegecio. O quizás prefiera usted la célebre frase de Marx, aquello que “la violencia es la partera de la historia”, aunque ésta y otras verdades esgrimidas por el gran pensador alemán ponga los pelos de punta, incluso a muchos “revolucionarios” que hoy queman en una gran pira todo lo que ayer adoraban.

Pero, ¿a propósito de qué se traen a colación axiomas en apariencia tan beligerantes? Empecemos por una frase que se repite insistentemente desde el viernes en La Moneda, luego que la marcha de los estudiantes del pasado jueves incorporara como característica nueva el abandono de la violencia: “A nosotros no nos molesta que sigan las marchas y manifestaciones pacíficas” para agregar luego “No puede ser que debido a las manifestaciones, el gobierno tenga que claudicar de sus propias creencias”. ¿Cuál es el significado que encierra el trasfondo de este endurecimiento súbito de los cada vez más transitorios habitantes de La Moneda?

Muy simple, palmariamente simple si usted quiere: mientras las protestas sean pacíficas, mientras no alteren la paz de los buenos ciudadanos, mientras no aparezca en la vitrina nacional y del mundo la brutalidad de la represión policial, los estudiantes pueden seguir marchando hasta que el desgaste de los zapatos y del ánimo los convenza de volver al orden establecido por esta sociedad occidental y cristiana. Más aun si están aceptando poco a poco desfilar por los extramuros de las ciudades, lo que permite al gobierno esconder la basura bajo la alfombra.

La multitudinaria marcha bajo la lluvia y la nieve realizada este jueves, tuvo esa característica nueva, la del pacifismo, que en apariencia puede ser muy loable, pero que pone una interrogante trascendental en el tapete de los álgidos minutos que vive el país.

Veamos a la luz de la práctica, qué tan ciertas son las frases citadas, sobre todo la de Marx.

La violencia de las masas.

En los días que corren el propio Piñera, y en general todo el espectro político chileno, incluidos los menoscabados concertacionistas, hacen declaraciones de solidaridad con el pueblo sirio que se rebela contra Bashar al-Assad. Antes ya lo habían hecho con la insurrección de los egipcios, sin mencionar el apoyo que se presta a la “lucha de liberación” de la oposición política y militar de Libia.

Todos estos ejemplos, sólo por nombrar los más vigentes, tienen objetivamente un factor común: la violencia con la cual las masas irrumpen en las calles poniendo en jaque a los ejércitos que responden con una represión que al final se vuelve inútil. En el caso de Libia, yendo aun más allá, empuñan las armas proporcionadas por EE.UU. y la OTAN, al punto que a estas horas Gaddafi parece tener las horas contadas.

Pero el caso de Chile, argumentarán muchos, no es comparable con la actual rebelión del mundo árabe contra gobiernos que se han eternizado en el poder. Cierto. Estamos en una democracia en la cual la teoría dice que son las mayorías las que mandan y las minorías deben acatar la voz del pueblo. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las mayorías —en Chile es más del 80%— claman por una transformación radical y urgente en un pilar tan importante para la sociedad como es la educación, y un gobierno desprestigiado y sin apoyo en la población, desoye a esa mayoría? ¿Se legitima también recurrir a la violencia?

He aquí que la respuesta a esta interrogante abre un debate profundo y delicado, no porque la plantee este modesto articulista, sino porque las opciones se han cerrado hasta conducir sólo a las dos salidas encerradas en la célebre frase shakesperiana que citáramos al comienzo.

Cuidemos a Chile, pero… ¿de quienes?

El gobierno sabe que esta rebelión puede escapar a su control, que cerrar todos los caminos a las grandes mayorías puede ser peligroso, y ahí sí que vale la experiencia que se vive hoy en Medio Oriente. Por eso es que aquello del “cuidemos a Chile” —que en estos días se repite tanto en palacio— tiene muy poco de sano consejo y mucho de velada amenaza. Comparar el momento actual con los días vividos en tiempos del golpe de estado, como lo hizo recientemente el propio Piñera, es recordar sutilmente que la derecha tiene un poderoso as en la manga que siempre estará vigente mientras no se democraticen de verdad los estamentos castrenses.

El payasito que oficia de alcalde de Santiago lo dijo explícitamente al amenazar con sacar los militares a la calle. Claro, dirá usted, es un personaje ridículo al que nadie toma en cuenta. Pero no olvide que los reyes utilizaban a sus juglares para las advertencias que no se querían proclamar a tambor batiente.

La derecha ya recurrió una vez a la violencia y le costó al país miles de muertos, torturados y desaparecidos. No hay que olvidar que los que hoy gobiernan son los mismos que le juraron lealtad a Pinochet en Chacarillas. Los mismos que sirvieron de sostén político a la dictadura por casi 20 años. Es por eso que la frase de “Cuidar a Chile” encierra hoy un oscuro mensaje subliminal, muy lejano a las buenas intenciones con las que se le quiere adobar.

En Chile nadie cuestiona la permanencia de Piñera en la presidencia. Incluso si existieran los mecanismos constitucionales para destituirlo como ocurre en otros países, sería un absurdo cuando en dos años más la derecha será barrida del gobierno al que se asomó en mala hora tras medio siglo fuera del poder democrático.

La inevitable hora de los hornos.

Sin embargo, lo de los estudiantes no pueden esperar. Es urgente y de ahora. Están en la calle, están muriendo de inanición en las huelgas de hambre, están sacrificando un año en provecho de las futuras generaciones de este país. Por esta razón, si en los tiempos convulsionados del siglo anterior se acuño el axioma “ya no basta con rezar”, hoy habría que decir “ya no basta con marchar”, menos en el anonimato de los extramuros.

Si el gobierno responde con la violencia al desalojar a punta de bastonazos los recintos tomados, si ataca las protestas empleando toda la brutalidad de la fuerza represiva que poseen sus aparatos armados, si se les niega a los estudiantes, acudiendo al abuso del poder, la posibilidad de manifestarse en el escenario lógico que son las calles del centro de las ciudades del país, cabe entonces la pregunta, ¿es la contra violencia de la que hablaba Sartre, tan repudiable? En una palabra, ¿es acaso la violencia popular un recurso absolutamente válido cuando los gobiernos no escuchan a las mayorías cerrando todo otra posibilidad?

Las respuestas a estas interrogantes la dará el camino por el cual se deslicen los acontecimientos, lo que en estos minutos es imposible predecir.

Tenemos, eso sí, una gran certeza: los actores de esta épica batalla del pueblo chileno, a uno y otro lado de la vereda, serán juzgados ineludiblemente por la historia.

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