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Las desigualdades sociales que desnudó el controvertido semáforo del mapa SIMCE

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Iván Peña Inalaf tiene once años y debe cruzar por un basural para ir y venir de su escuela. El basural rodea la villa donde vive, situada en el margen nororiente de la población El Castillo, y es parte de un paisaje permanente para este y otros niños que viven y estudian en este sector de las cercanías de la supercarretera Acceso Sur, que marca la frontera entre Puente Alto y La Pintana. La escuela de esta última comuna a la que asiste Iván se llama Forjadores del Futuro y está cerca del basural. Cerca en sentido literal pero también figurado: el Ministerio de Educación lo señaló entre los colegios rojos. Es decir, colegios de bajo o bajísimo desempeño académico de los cuales es mejor arrancar.

Esa fue precisamente la idea del ministro de Educación, Joaquín Lavín, cuando introdujo a mediados de 2010 el sistema de los colores del semáforo para graficar los rendimientos académicos de los establecimientos educacionales: informar de la manera más sencilla posible a padres y apoderados para que pudiesen elegir un colegio con mejores resultados SIMCE (Sistema de Medición de la Calidad de la Enseñanza).

En apariencia fue una iniciativa sensata, de toda lógica. Dejar que el mercado funcione: si cuento con la información necesaria, voy donde me ofrezcan un mejor producto por el mismo precio. Pero como se trata de educación y no de un producto de supermercado, la abrumadora mayoría de los alumnos que van a colegios rojos o amarillos no tienen la oportunidad de elegir una mejor educación.

La gran mayoría vive rodeado de establecimientos con bajo rendimiento y no puede hacer nada contra eso, del mismo modo que los pobladores a los márgenes de la supercarretera Acceso Sur viven entre escombros y desperdicios que arrojan residentes de sectores aledaños, a los que también les arrojan basura. Tampoco hay mucho que hacer con eso. Cada tanto cuadrillas municipales se dejan caer y limpian el sector, pero no pasa mucho tiempo antes de que todo vuelva a lo de antes.

Algo similar ocurre con la educación y que el semáforo -cuya aplicación para este año está siendo evaluada por el ministerio- no hizo más que dejar al descubierto. Como dice Sebastián Donoso, director del Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional de la Universidad de Talca, «el semáforo simplemente es un detector de pobres, no de la calidad de la educación. Si tú ves el mapa SIMCE y buscas algún colegio rojo vas a observar que casi todos poseen alumnos provenientes de sectores socio económicos bajos, de alta vulnerabilidad social».

51 metros cuadrados

La villa donde vive la familia de Iván es una de las más nuevas y confortables de las dieciséis que forman la población El Castillo de La Pintana. La villa Santa Catalina de Siena, ex villa Esperanza II, fue inaugurada hace dos años sobre terrenos en los que antes había otro enorme basural. El más grande de la comuna. Ahora hay casas de dos pisos y ladrillo a la vista que suman 51 metros cuadrados construidos cada una. En la de Iván viven siete personas: su madre, su padrastro, su abuela materna y sus tres hermanas. Siete para dos piezas. Su mamá y sus dos hermanas mayores fueron al mismo colegio, el Forjadores del Futuro, y ese antecedente, unido a la cercanía, resultó decisivo para la elección del colegio del niño.

-En ese colegio se preocupan harto de los niños, están pendiente de cuidarlos y darles afecto y apoyo, y aunque mi hijo no tiene esa necesidad económica, en el colegio le dan una buena alimentación -dice María Inalaf, la mamá de Iván, enumerando sus prioridades en la elección del colegio para su hijo.

Entre esas prioridades lo académico no figura. Quizás porque presume que ese factor está fuera de discusión cuando se trata de un colegio. Quizás porque sus prioridades, como las de tantos otros padres que viven en comunas populares, son otras:

-Como en esta población hay peleas, tráfico de drogas y otras cosas malas, es preferible que los niños estén en el colegio que en la calle. Ahí están seguros -dice ella.

Y no exagera: en septiembre de 2008, en una tarde de domingo, a dos cuadras de su casa se desató una balacera entre bandas rivales. Una de las balas impactó a un niño que elevaba volantines y acabó con su vida. Cristóbal Vásquez tenía once años, la misma de su hijo Iván.

María Inalaf, de 34, esgrime una razón adicional para enviar a su hijo al Forjadores del Futuro. Aún a sabiendas de que es un colegio rojo. Años atrás, cuando quiso cambiar a la mayor de sus hijas al Marcelino Champagnat, que es particular subvencionado y hoy figura en amarillo, la jefa de la unidad técnica de ese colegio le dijo a viva voz, delante de otros alumnos, que no aceptaban gente del colegio al que llamó «Acuchilladores del Futuro».

Ambiente campestre

La Escuela Básica Forjadores del Futuro está ubicada en Miguel Ángel, una calle ancha que atraviesa Acceso Sur y se extiende hasta Puente Alto. Del lado de La Pintana, tras sortear unos basurales, exhibe un ambiente campestre que contrasta con la densidad de las poblaciones que se levantan a sus espaldas. En esa calle hay terrenos agrícolas, tres hogares de menores y otros dos colegios. Todos rojos.

-Lo único que ha logrado el famoso semáforo es discriminar a este tipo de colegios, que son de alta vulnerabilidad social y bajos recursos -se queja Carlos Arapob, director del Forjadores del Futuro-. Tenemos una buena disciplina, un ambiente muy familiar porque muchos de los apoderados son ex alumnos y hemos subido notoriamente el rendimiento en los últimos años.

En efecto, de acuerdo con el SIMCE 2009 para cuarto básico, aumentó 43 puntos en lectura y 21 en matemáticas. Así y todo sigue estando bajo el promedio nacional. La escuela es particular subvencionada y recibe a niños y niñas que Arapob describe con «enormes carencias afectivas» de las que el colegio debe hacerse cargo. Pero eso último no lo mide el SIMCE, se lamenta el director.

A pocos metros del Forjadores del Futuro está el Juan de Dios Aldea. Los dos son rojos pero han subido sus puntajes SIMCE. Los dos reciben a niños y niñas provenientes principalmente de la población El Castillo. Pero a diferencia del otro, el Juan de Dios Aldea depende de la administración municipal.

Su director, Pedro Sparza, dice que la mayoría de los establecimientos marcados en verde -y no pocos amarillos- exigen puntualidad, promedio mínimo de asistencia, uniforme y el compromiso de un pago mensual. Exigencias que para los apoderados del Juan de Dios Aldea y otros colegios rojos resultan demasiadas altas para ser atendidas. Los padres suelen estar ausentes del proceso educativo y delegan esa tarea en el colegio.

-Por eso yo dejo que los niños lleguen hasta las nueve o diez de la mañana. Prefiero que lleguen atrasados a que no lleguen y estén en las calles de las poblaciones -dice Sparza.

En una comuna como La Pintana, que según la última encuesta Casen tuvo la más alta tasa de pobreza de la Región Metropolitana (con un 30%), la calle no es un lugar recomendable para los niños. Bien lo saben en el Juan de Dios Aldea: ahí estudiaba Cristóbal Vásquez, el niño que en 2008 murió baleado mientras elevaba volantines en una tarde de domingo.

Niños rojos

Antes el Juan de Dios Aldea estaba ubicado en los terrenos donde se construyó la supercarretera. Gracias al convenio de asistencia del Programa de Políticas Públicas de la Universidad Católica, se trasladó a un edificio recientemente construido que tuvo un costo cercano a los $880 millones.

En apariencia no tiene nada que envidiarle a uno particular del barrio alto. Su infraestructura y dimensiones son iguales o mejores que uno de color verde. La diferencia sustancial está en lo que los educadores llaman el capital cultural de los alumnos, que en Chile está directamente relacionado con el capital económico de sus familias.

Ahí está lo distintivo. Más que en la infraestructura. Incluso más que en la nómina de profesores.

-En el proceso de aprendizaje de un niño la escuela es un factor secundario. Lo más importante es el sector y el ambiente donde se desenvuelve para el rendimiento académico y el aprendizaje educativo -dice Felipe Salazar, investigador del Centro de Políticas Comparadas en Educación de la Universidad Diego Portales.

Al respecto Sebastián Donoso, director del IIDE de la Universidad de Talca, sugiere que si se hiciera el ejercicio de trasladar a la totalidad de los profesores de un colegio verde a uno rojo, los resultados académicos seguirían siendo los mismos.

Lo anterior conduce a una conclusión perversa que puede leerse en el mapa SIMCE: lo rojo no son los colegios sino sus alumnos.

Alumnos joyas

Entre los recuerdos que Karen Ortiz guarda de la escuela donde cursó la básica, la Santa María de Peñalolén, hay uno que se sobrepone a otros. Uno que grafica el ambiente de los colegios que el mapa SIMCE destaca en rojo. Una mañana un grupo de alumnos protagonizó una pelea en el patio del colegio. No era novedad. En ese colegio habitualmente así ocurre. Pero esa mañana las cosas fueron distintas, porque no sólo se vieron gritos y golpes de puño sino también agresiones con botellas rotas y cuchillazos. Nadie en el colegio se atrevió a intervenir. Alumnos, funcionarios y profesores observaron espantados la escena. Recién cuando carabineros llegaron al lugar y pidieron refuerzos, porque en un principio no pudieron controlar la situación, el pleito llegó a su fin.

Igualmente Karen tiene cariño por la escuela donde estudió. Pese a ese recuerdo y a lo que define como un «mal ambiente». Pese a que cuando cursó la media en un liceo de Ñuñoa tuvo serias dificultados académicas que atribuye a deficiencias de su educación básica. Karen, de 21 años, dice que en el colegio la trataban con cariño y respeto. Que hizo buenos amigos. Y que a fin de cuentas lo más importante lo aprendió en su casa.

En la PSU no le fue nada de bien pero egresó del colegio con un título de técnico en párvulos y este año espera cursar el último que le resta en el Instituto Profesional IPP para titularse de profesora de educación básica. Mientras tanto ya tiene avanzada la práctica, que cumplió en la misma escuela Santa María donde estudió. Entre los alumnos tuvo a los hijos de Carlitos Joya, apodo de Carlos Iturriaga, que cobró fama nacional al liderar en 2004 el millonario robo a las bóvedas del banco BICE.

Karen es una de las dos hijas de Hilda Cañete. La otra es Fernanda y también estudia en el Santa María de Peñalolén. Este año cursará octavo básico y su madre siente decepción e impotencia al saber el color con que figura el colegio en el mapa SIMCE. Decepción porque pese a las mejoras en la medición del último año, igualmente es rojo. Y siente impotencia porque nada puede hacer al respecto.

-No podemos aspirar a otro colegio mejor porque no estamos en un ambiente mejor -razona Hilda, empleada de aseo, de 44 años-. Aquí hay familias de escasos recurso que con suerte mandan a los niños al colegio. No tenemos la posibilidad económica de cambiar a nuestros hijos de colegio. Es un lujo que está fuera de nuestro alcance.

La Cruz Roja

La escuela Santa María de Peñalolén está en Villa Cousiño, en el corazón de Lo Hermida, y entre sus alumnos que han hecho fama en la crónica roja se cuentan el Cisarro y una de las niñas de la banda Las Arañitas. Su directora, Flor Romero, lo llama La Cruz Roja pues los alumnos «acá están seguros y protegidos de todo lo malo que viven y ven fuera».

En 2007, cuando se hizo cargo del colegio, le llamó la atención que las mujeres protagonizaran más peleas que los hombres. Eso no ha cambiado, pero a diferencia de lo que ocurría antes, no se ha visto que peleas que surgían al interior del colegio prosigan en el exterior con los familiares. Su empeño ha estado enfocado en mejorar la disciplina y, de paso, el rendimiento académico. Algo a lo que -asegura- no contribuye el semáforo del mapa SIMCE. Todo lo contrario.

-En vez de potenciar el trabajo que estamos haciendo nos estanca. Porque se cataloga y clasifica pero no se hace nada más que eso, esperando que los colegios mejoren por sí mismos.

La directora de la Escuela Santa María de Peñalolén suma otra queja: el mapa SIMCE mide únicamente el desempeño académico, pasando por alto la función social que cumplen los colegios insertos en sectores populares.

La crítica es respaldada por Felipe Salazar, de la Universidad Diego Portales. En su opinión el instrumento del ministerio de Educación no sólo es unidimensional, pues no mide una tendencia en el tiempo, sino que además ignora que muchos padres valoran la función de resguardo social de los colegios y no necesariamente la función académica.

En ese sentido el colegio es «una especie de guardería donde poder dejar a los niños en vez de que estén en sus casas o en las calles», señala Salazar. Y en esta lógica, como ocurrió en un colegio en Maipú tras un reportaje televisivo que denunció la mala calidad de la alimentación que entrega la Junta Nacional de Jardines Infantiles, no es de extrañar que apoderados manifestaran su preocupación por lo que ocurría en ese ámbito en dicho establecimiento.

En cambio, cuando el mapa SIMCE que se distribuyó obligatoriamente a los apoderados dio cuenta de que el colegio figuraba en rojo, vale decir, que los alumnos aprendían poco y nada, ningún apoderado se apareció para manifestar su inquietud.

Sin eufemismos

En junio de 2010, al dar a conocer las últimas cifras del SIMCE, el ministro Lavín concluyó que al ritmo de los últimos diez años se requerirían otros cincuenta para alcanzar resultados satisfactorios en lenguaje y más de cien en matemáticas. La década que tomó como parámetro (1999-2009) mostró un aumento de 12 puntos en lectura y tres en matemáticas para los casos de cuarto básico; y de dos y diez para octavo.

Como destacó el ministro en esa oportunidad, las cifras resultan aún más desalentadoras si se considera que en esa década el presupuesto en educación aumentó cerca de un 68%. Además, se implementó la Jornada Escolar Completa, varió el currículo y se creó la subvención adicional para alumnos vulnerables, entre otras políticas de Estado. Claramente esas políticas no han estado funcionando bien. De ahí la propuesta de una reforma a la educación que el gobierno logró aprobar en el Congreso tras transar algunas exigencias de la oposición. Una de ellas apuntó a eliminar el semáforo del mapa SIMCE.

Aunque en el ministerio informan que el mapa está en evaluación, se da por hecho que no va más. Al menos no como está ahora. Esta herramienta de diagnóstico de la educación debiera pasar a la historia como una idea que, pese a sus defectos, puso al descubierto una realidad escalofriante.

Si en los gobiernos de la Concertación siempre se habló de que en el SIMCE había tres niveles -Avanzado, Intermedio e Inicial-, fue un ministro de Educación de un gobierno de derecha quien por primera vez se animó a definir estas categorías sin eufemismo. A definirlas y asignarles un color.

Explicó el ministro que los alumnos que se sitúan en un nivel Avanzado (verde) no significa que sean superdotados o tengan conocimiento superiores para su edad. Simplemente saben lo que tienen que saber. Ni más ni menos. En tanto, los que están en el nivel Intermedio (amarillo) tienen un año de retraso académico y los de nivel Inicial (rojo), dos o más. Esto último quiere decir que los niños calificados en esta categoría difícilmente aprenderán lo que no aprendieron a tiempo. Son una generación perdida en términos académicos. Y representa casi el 20% de de la Región Metropolitana.

Si dejamos fuera los establecimientos calificados con color verde, en esta región más del 80% de los alumnos no aprende lo que enseñan o se supone que deben enseñar en su curso (asisten a colegio rojos o amarillos). De acuerdo con el mapa de semáforos SIMCE, pertenecen en una abrumadora mayoría a sectores populares de la zona norte y sur de la capital.

No es casualidad que en La Pintana existan sólo dos colegios verdes entre los 52 que allí funcionan. Es la tercera comuna de la región con una mayor proporción de colegios rojos, después de Til Til y San Ramón. En Vitacura, en cambio, no hay colegios rojos sino casi únicamente verdes: 17 de un total de 20. Es la comuna urbana de la Región Metropolitana con mejores resultados en educación. Al otro extremo -geográfico, social y académico- está Lo Espejo, que tiene un solo colegio en verde y casi la mitad en rojo. Sus hogares viven con cerca de un quinto de los ingresos promedio de los de Vitacura.

Lo que entonces ha hecho el mapa SIMCE, concluye Oscar Arias, investigador del Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional de la Universidad de Talca, es indicar el sector socioeconómico del cual provienen sus estudiantes, «reflejando la gran segmentación escolar que hay en nuestro país, donde tenemos escuelas para ricos y escuelas para pobres».

La colación o la vida

Salomón Sack es una de esas escuelas para pobres. Está ubicada en el corazón de la población José María Caro, en Lo Espejo, y muchos de sus alumnos provienen de poblaciones vecinas de la misma comuna, como la Santa Adriana y la Santa Olga, que suelen hacer noticia en la crónica roja. Limita con torres de alta tensión, la vía férrea y una plaza marchita que hasta 1996, cuando se inauguró el colegio, era territorio de vagabundos y adictos a la pasta base que adoptaron por costumbre apedrearlo. Esa costumbre cambió cuando los alumnos comenzaron a tener clases en la plaza y los vagos y adictos se buscaron otro lugar.

Su director, Roberto Silva, admite que no la tiene fácil. Dice que los profesores pierden los primeros veinte a treinta minutos de la mañana procurando instaurar el orden. Que muchos apoderados son agresivos, si es que no ausentes. Y que ha debido lidiar con situaciones extremas. Una de ellas quedó registrada el 23 de octubre de 2006 en el libro del colegio con el siguiente encabezado: «Asaltos a niños en baño con regla punzante».

La evidencia, una regla de punta filada, está adherida al libro y antecede la siguiente anotación manuscrita:

Se cita a la señora apoderada del alumno XX de quinto año. Fue denunciado por varios alumnos de distintos cursos que amenazaba a compañeros de curso menores en el baño y les quitaba dinero y colaciones. Se confirma con entrevistas reservadas a varios niños y se incauta elemento (arma) de amenaza.

Procedimiento: a) Comparece la señora apoderada, a quien se le explica el proceder de su hijo. Se rebela a aceptar la situación. b) Por la gravedad de la falta, y en conformidad al reglamento interno, se le aplica suspensión de cinco días de clases. c) La señora apoderada se resiste a la medida y anuncia reclamo al Ministerio de Educación.

Veinte mil pesos

Lo anterior puede llevar a equívocos. En una comuna donde casi todos los colegios son críticos, el Salomón Sack está en la media. Y por lo mismo, pese a que en el mapa SIMCE figura en rojo, y a que en la última medición bajó en dos de las tres áreas evaluadas en cuarto básico, es un colegio que cumplió con la cuota mínima de matrículas para este año. También es un colegio apreciado por los padres del sector, quienes en 1999 se lo tomaron ante una amenaza de cierre por parte del municipio.

-Estábamos dispuestos a todo. No queríamos que nuestros hijos fueran a estudiar lejos, al otro lado de la línea del tren, donde los colegios no son buenos -recuerda una vecina que se sumó a la toma.

Paola Godoy es madre de Benjamín, de 5 años. Cuando buscó colegio para su hijo no pedía mucho: que fuera gratis, que estuviera cerca de su casa en la población Anita de Lo Espejo y que su hijo fuera acogido y tratado con cariño, en un ambiente sin violencia. Lo último era lo principal. Dice que eligió el Salomón Sack porque reunía esos requisitos. Y porque se encontró, para sorpresa suya, con que ahí oficiaba de inspectora general quien fuera su profesora de educación básica.

«Eso me dio mucha confianza», dice Paola, dueña de casa de 40 años y madre de tres hijos. Dos mujeres y un hombre. La mayor de la mujeres quedó embarazada y el año pasado debió interrumpir cuarto medio. La otra cursa segundo medio en un colegio particular subvencionado de La Cisterna, donde cobran veinte mil pesos al mes. El plan es «hacer un esfuerzo» para que el menor, una vez que termine la básica en el Salomón Sack, siga la media en un colegio privado.

Paola, que no está enterada de la existencia del mapa SIMCE, presume que esos veinte mil pesos pueden hacer una diferencia sustancial en el futuro de su hijo Benjamín. Pero eso no necesariamente es así. De acuerdo con un estudio sobre el tema, en los estratos medios y bajos la educación municipal es superior a la particular subvencionada.

Carreras para pobres

A dos cuadras de la casa de Iván Peña, en la villa Santa Catalina de Siena, vive Geraldine Navarro. Su casa está a la vuelta de la plaza donde hace dos años balearon al pequeño Cristóbal Vásquez cuando elevaba volantines. Ella tiene 16 años y cursa cuarto medio en el colegio Polivalente Almendral de La Pintana. Es uno de los dos colegios verdes de la comuna y los dos pertenecen a la fundación Nocedal del Opus Dei. Ahí sus alumnos deben rezar cuatro veces al día, asistir a misa diariamente y cumplir con tres horas semanales de religión. También deben mantener un alto nivel académico y seguir una estricta disciplina. No se permiten aros colgantes ni accesorios ni ropa de color. Cualquier falta es objeto de suspensión inmediata.

-Es peor que la Escuela Militar -protesta Geraldine-. Nos dicen que tenemos que aprovechar porque estamos en un colegio de excelencia y nos orientan para que sigamos estudiando en el instituto ligado al colegio.

La mayoría de las egresadas del Polivalente Almendral siguen sus estudios en el Centro de Formación Técnica Fontanar, que pertenece a la misma fundación del Opus Dei. Y al igual que el colegio, es exclusivo para mujeres y ofrece las carreras de asistente de gerencia, hotelería, técnico en enfermería y gastronomía. El problema para Geraldine es que ella quiere estudiar medicina y en el colegio le han dicho que eso no será posible.

-Yo tengo buen promedio, pero en el colegio me dicen que esas no son carreras para nosotros, porque somos pobres -dice Geraldine.

Los colegios politécnicos no sólo pueden limitar a estudiantes como Geraldine Navarro. Como ocurrió este verano en el Liceo Polivalente de Lo Espejo, algunos de cuyos alumnos especializados en ventas cumplieron su práctica en locales de Johnson’s y Preunic, también pueden convertirse en una fuente de mano de obra barata que favorece la inmovilidad social.

En la casa de Iván Peña, en La Pintana, su hermana Alba egresó el año pasado de un colegio politécnico de San Ramón y está a la espera de hacer su práctica en el área de comercio. No encontró donde hacerla este verano. Tampoco encontró la dirección del colegio donde debía dar la PSU a fines de 2010.

Andrea, la hermana mayor de Iván, egresó hace dos años del mismo colegio politécnico con una especialidad en gastronomía y hoy trabaja en una fuente de soda cercana a la Plaza de Armas de Santiago. Tiene jornada completa de lunes a sábado y gana 140 mil pesos. En la casa que comparte con sus hermanos, su mamá, su padrastro y su abuela no hay libros a la vista pero sí una antena satelital con conexión al canal del fútbol.

Los cambios al semáforo

En junio del año pasado el Ministerio de Educación (Mineduc) remitió una carta firmada por el presidente Sebastián Piñera y el titular de dicha cartera, Joaquín Lavín, donde les informaban a los apoderados que se hacía entrega de los resultados de la medición del SIMCE 2009. La novedad no estaba en el contenido de la carta, que se limitaba a notificar el compromiso del gobierno con la educación, sino en el reverso de la misma, que incorporaba un mapa de la comuna con todos los establecimientos que habían rendido la evaluación el año anterior.

Tomando como base los colores del semáforo, se calificaba a los establecimientos según su rendimiento académico: bajo (rojo), medio (amarillo) y alto (verde). Sin embargo, el mapa no daba cuenta de lo que significaba exactamente cada calificación. Así, el nivel medio (amarillo) puede parecer aceptable, pero en la práctica se traduce en que los alumnos calificados en esa categoría tienen un retraso académico de un año.

La iniciativa fue duramente criticada por expertos en el tema, quienes cuestionaron que no considerara una tendencia en el tiempo y factores socioeconómicos comparativos, entre otros aspectos.

«El semáforo de la educación» hoy se encuentra en proceso de evaluación luego de que el pasado 18 de enero, en el marco de la discusión sobre la Reforma de la Educación, el gobierno firmara con representantes de la Concertación el Protocolo de Acuerdo sobre Calidad y Equidad de la Educación. Gobierno y oposición acordaron que «se perfeccionarán los mecanismos de entrega de información simple y directa a los padres sobre resultados del SIMCE, incluyendo las tendencias de los resultados, y garantizando que reflejen en forma neutra las diferencias socioeconómicas».

Luego de la aprobación de la Reforma Educacional, el Mineduc publicó en su página web, el 28 de enero, el cronograma de la implementación de la Reforma.

En cuanto al mapa SIMCE, se indica que en abril del presente año se aplicarán los prometidos cambios.

A menos de un mes de que se introduzcan las modificaciones al «semáforo», los directores y técnicos de colegios consultados por CIPER dijeron no haber sido informados al respecto por parte del Mineduc.

*Fuente: CiperChile

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