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El poder convocante del descontento popular

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Hace algunos días leía al destacado analista político y académico Carlos Peña en su columna semanal de El Mercurio. Peña, hacía un esbozo de su forma de ver el actual proceso político nacional y un mini-estudio de cómo le impresionaban los candidatos que actualmente se perfilan a la Presidencia.

Siento que algunos de sus planteamientos son demasiados simplistas. 

Primero al plantear que es imposible gestar un gobierno sin partidos políticos y de que el malestar o descontento no son capaces de ser una fuerza social y políticamente viables para llevar a alguien al poder.

El primer error está en considerar lo actual como lo único posible Algo así como el mejor de los mundos posible.

Me explico, auxiliándome de una casi metáfora que me ofrece un ícono de la epistemología de las Ciencias Sociales, el filósofo de la ciencia, Thomas S. Kuhn.

Kuhn distingue en su obra los períodos de “ciencia normal”, en los cuales el paradigma compartido por la comunidad científica es capaz de explicar los fenómenos de la disciplina, de los “períodos revolucionarios” en los cuales el paradigma ha sido puesto en tela de juicio, por cuanto no es capaz de dar explicación a una parte de esos fenómenos, los cuales surgen como anomalías en el poder explicativo del paradigma.

Sin caer en explicaciones ni precisiones epistemológicas, lo cual para nada es el objetivo de éste análisis, es posible homologar parcialmente la terminología y hablar de períodos de política “normal” en los cuales el sistema de partidos, el sistema electoral y la forma de gobierno son capaces de representar los intereses compartidos de los ciudadanos, los cuales ven en ellos, un pacto social que los acoge, los representa, les da participación y los protege, lo cual  se devuelve a esos mismos sistemas, legitimándolos. 

Por el contrario, en períodos “revolucionarios” de la política, esos sistemas no son capaces de representar, dar participación ni protección a la mayoría de los ciudadanos,  los cuales desafectados de los mismos, se alejan de los partidos políticos, no se sienten interesados por el sistema electoral, y desconfían de la forma de gobierno. 

De esa manera, se comienzan a generar niveles de descontento y malestar que confieren al sistema político un carácter de ilegitimidad, que cobija en su seno  las fuerzas destructivas que se ciernen sobre el mismo.

La oligarquización de la política unida al sacrificio del ideal político en función del pragmatismo de los intereses personales o de pequeñas colectividades, termina por matar la esperanza del ciudadano, que es el preciso momento cuando empieza a dar lo mismo elegir a cualquiera, porque nadie ofrece la ilusión de un mundo mejor y más justo.

Y es ahí cuando el malestar o descontento comienzan a ser una fuerza social y política, que aunque desarticulada, puede destruir el sistema de partidos, el sistema electoral y la forma de gobierno.

Precisamente, es lo que sucedió en Venezuela, cuando un pueblo cansado de contubernios y corruptelas, comienza a buscar por fuera del sistema político y surge la persona de Chávez, quien se alza al poder, sustentado principalmente por la descomposición de la política venezolana.

Debe hacernos pensar, que del padrón electoral chileno, sólo el 2% milita en un Partido Político y el 98 % de los chilenos están ajenos a la vida partidaria. Una verdadera dictadura de los partidos…

En Chile, se gesta un descontento social casi subterráneo y sería una miopía no ver los signos de los últimos tiempos:

Primero, fue la llamada “rebelión de los pingüinos”, que de manera insospechada golpea el poder político e impone la educación en la Agenda, destronando incluso al titular de la cartera. El mismo Peña, fue Presidente de una Comisión Asesora Presidencial, que se derivó de ese proceso.

Segundo, fue la politización de un hecho banal, casi farandulero, como era la elección del más grande de los chilenos. En esa elección, aparece la articulación espontánea y apartidaria de un sector social, que elige a un ícono del pasado, para demostrar su presencia, su descontento y su anhelo de ser escuchado. Ese sector impone, a su elegido, el Presidente Allende, a pesar del poder del sector  social, que en esa trivial escaramuza se transforma en su adversario. Incluso los medios, se hacen eco de esa lucha.

Tercero, el paro de los funcionarios públicos del año pasado, los que al margen de los partidos y de la tradicional capacidad de convocatoria de las Directivas Gremiales, se alzan en un movimiento de fuerza insospechada, que los hace legislar, casi con miedo a una masa que rodea el Congreso.

¿Es que acaso no estamos hablando de lo mismo?…

La gente está cansada de un sistema político excluyente donde tenemos que votar por el candidato que otros eligen entre cuatro paredes y de avalar sus decisiones. 

La gente está cansada de un sistema social que no es capaz de acordarse de la gran clase media de la que todos hablan y a la que todos prometen, pero de la cual sólo importa al momento de estimular el consumo y el crédito, pues es “el principal factor de la economía”.

No importan sus largas jornadas de trabajo que atentan contra sus propias familias y el cuidado de sus hijos, no importan sus sueldos miserables ni sus contratos por metas y rendimiento. Sólo importa que consuman, no cuestionen y vean farándula.

El descontento se está gestando y por eso el análisis de Peña,  peca de simplismo

Para el primer centenario de la Independencia, nuestro país vivía circunstancias políticas amenazantemente similares, con un gran descrédito del sistema de partidos. Ese sistema colapsó en la anarquía y Chile sólo se estabilizó cuando se consolida el régimen de la Constitución de 1925, en el segundo gobierno de Arturo Alessandri. 1932

Por eso es peligroso desconocer  el descontento, como gestor del cambio político y social.

Para algunos una salida política viable para ese mismo descontento, es quebrar la ilusión de la gobernabilidad que nos ofrece un falso modelo bipolar alianza-concertación, pues ninguno de esas alternativas políticas convence de que es capaz de cambiar el sistema. La primera porque es su autora y la segunda, porque es su administradora, y ambas usufructúan de los beneficios del ilimitado poder.

Por eso Peña, no puede despreciar el poder convocante del descontento popular.
27/05/09

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