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Cuando Dios duda de Dios

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Desde niño escuché en los sermones y retiros de Semana Santa, acerca de la cruenta entrega de Jesús en la Cruz por amor a nosotros. Pero nunca nadie habló más real y profundamente acerca de su grito de abandono: “Dios mío, Dios mío por que me haz abandonado”.  Actualmente la Comisión Teológica Internacional con sede en el Vaticano, afirma que el abandono de Jesús en la Cruz fue real y no un mero texto redaccional (cfr.art.934). Jesucristo es el Dios Abandonado, quien no vio en la Cruz un trono, pues, luchó contra las cruces de la historia; y como producto de esa lucha, sufre y muere en una cruz. Vivió en el espíritu que evita la cruz para sí mismo y para los demás, porque vivió y predicó el amor gratuito.

En la Cruz se encuentran el máximo Amor de Dios al hombre y el máximo odio del hombre hacia Dios, crucificando su Amor.  Pero Jesucristo mismo vio truncada la relación con su “Abba” (palabra reliquia que en arameo puede traducirse como “Papito mío”), estando crucificado y abandonado. ¿Se trató de un abandono cruel y arbitrario del Abba, que dan ganas de decir: que Dios perdone a Dios? ¿Era necesario eso también para nuestro rescate? Creo que la respuesta es sí; ya que la Encarnación del Hijo también supone que su entrega final sea por Fe. Su fe tocó el abismo y la cima al mismo tiempo, al entregar toda su Identidad a cambio de nada. Esa entrega total, sin la más milésima seguridad de nada, paradójicamente le aseguró hasta la más diminuta partícula de su Bendito Cuerpo y rincón de su Ser Divino que el Abba estaba con él y más aún en él y por él. Su respuesta al abandono fue abandonarse en la Fe que siempre le mantuvo vivo y apasionado por la vida, los demás y la Creación entera.

Así se ratificó, sin lugar a duda alguna en lo que fue siempre: en verdadero Dios y verdadero Hombre, hasta su respuesta final en la Cruz: “Abba en tus manos encomiendo mi espíritu”, pero tal Abba era ya sin sentirlo, no sólo a nivel emocional, sino también existencial… Un Abba pronunciado sin ninguna seguridad, sino por pura Fe y por una entrega gratuita y total, no sólo a los hombres, sino también a Dios Mismo. Entonces, Jesús de Nazareth alcanzó la madurez humana plena, hasta constituirse e identificarse con su total entrega, totalmente con lo que Dios Es: Gratuidad. Por eso, puede después resucitar, no por un acuerdo divino-trinitario previo, sino por constarle a Él Mismo, en su muerte, que era y Es plenamente Dios-Hombre, Amor Gratuito y Sentido de todo cuanto existe.

El abandono de Jesús en la cruz fue real y concreto. Un Dios que no sufre, que no nos experimenta,  no podría salvarnos: el Abba sufría al abandonar a su Hijo; el Hijo a su vez, sufría al experimentar en su ser el abandono de su Abba; y el Espíritu Santo (como el “nosotros” del Padre y  del Hijo en Persona), suscitaba asumir el dolor de amar, que implica amar-gratuitamente, sin amar el dolor. No se trata de un sadismo ni masoquismo ni locura divina, pues, es propio de la Gratuidad el Olvidarse de Sí, pues, para Dios la “conveniencia” le es totalmente ajena.

Con ese abandono histórico en el ser de Jesús, Dios no nos quiere mostrar que es un traidor y merecedor de toda nuestra oposición, sino que nos revela lo único necesario para lograr la entrega gratuita a cambio de nada y alcanzar el sentido: la Fe.  Por la fe exprimimos sentido de las peores realidades que nos toca vivir. Pero no una fe que necesariamente deba ser eclesial o religiosa, sino personal, porque es fruto de la relación con un Dios Personal; una Fe que sea instinto, certidumbre, convicción y consciencia de la existencia con respecto a la trascendencia en la vida de cada día. Una Fe que nos entrene cotidianamente para ser gratuitos con la vida, es decir, agradecerle a la vida cuando todo en ella ande mal, y así, hacer nuestra la causa de los abandonados y crucificados, de los desclasificados, olvidados y reprimidos.

Dios que un día asumió el mundo no lo ha abandonado jamás; pero el mundo sí lo ha abandonado a Él. Hemos arrancado al Padre de nuestro sistema y sostenemos un sistema que produce más abandonados. Dejamos que muera la esperanza, abandonamos por abandonar, por injusticia, por maldad gratuidad. Por dejar solo a Dios en nuestra alma. Dios no está loco; los enfermos y locos somos nosotros, que seguimos caminando en medio de las víctimas como si no estuvieran. Hemos abandonado a los más indefensos y segregados, con los cuales, Cristo se identifica; por eso lo hemos abandonado también a Él. El abandono de Jesús en la Cruz fue una acción gratuita de Dios-Trinidad al hombre, para que éste no pusiera jamás sospecha en la entrega gratuita y en la fe de Cristo.

Mi trabajo por crear todos estos años una Teología del Abandono, y habiendo vivido una experiencia real de abandono posteriormente, me ha hecho tomar posición a favor de los abandonados por sus familias, la sociedad, el sistema y las iglesias. Por todos aquellos que eligen creer en Dios sin pertenecer a una iglesia y desde la cruz que sufren; por aquellos que pueden agradecer a la vida desde el peor tiempo de sus vidas. Creo que debe surgir una teología para aquellos que válidamente quieren vivir una opción creyente no-eclesial y vislumbrar una iglesia de la vida, que no desprecie el esfuerzo de las diversas confesiones religiosas y cristianas. Una teología desde la libertad y la responsabilidad sin excusas, que fundamente y forme la Fe de millones de seres humanos en el mundo que han optado por vivir su fe sin iglesia y que no por ello abandonan a Dios o lo marginan en su propio corazón. En fin, una Teología del Abandono que no abandona, que no es resentida y que entrega esperanza para hallar la Gracia en nuestras desgracias.
Santiago de Chile, Semana Santa de 2009

– El autor es teólogo

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