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La Concertación y la maldición de Tutankamón

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En 1922 el arqueólogo Haward Carter penetró en la tumba de Tutankamón, un faraón egipcio que había muerto a los 19 años; no se sabía si de muerte natural o asesinato. Su cámara mortuoria estaba rodeada de oro y de piedras preciosas. Antes del descubrimiento arqueológico, los codiciosos europeos se habían robado los principales tesoros del Egipto antiguo. “La maldición de Tutankamon”, concebida para proteger su descanso eterno, se fue cumpliendo en cada una de las personas que se relacionaron con la momia. Lord Carnavon, el financista de la expedición, fue picado por un mosquito no dándole mayor importancia, pues era común a su geografía y clima, sin embargo, a loas pocos meses padeció una horrible agonía: se le cayeron todos los dientes, se le infectó el pulmón y terminó sus días el 5 de abril de 1923. Ningún médico fue capaz de explicar la causa de esta enfermedad. Posteriormente, lo siguieron en su mala suerte el radiólogo que examinó a la momia, junto con su ayudante. En 1933 los muertos ascendían a treinta.

Las dinastías, en tiempo antiguo, son las más largas en la historia de la humanidad: no hay sentido del tiempo, propio de occidente; en el fondo, la de Egipto es una civilización hierática, momificada y sin mayores transformaciones – quizás por esta razón no tenido especial interés en la historia de Egipto-.

La palabra “momio” o “momia” en Chile fue atribuida a la derecha; la definición del conservador es aquella persona que está contenta con sus privilegios y no quiere cambiar el mundo. Lamentablemente, en la actualidad el término momio puede ser aplicado tanto a los derechistas, como a los concertacionistas, el problema se reduce dilucidad quién es más conservador entre estos dos grupos.

El profesor Ricardo Lagos Escobar no es Tutankamón, tiene muchos más años que el faraón y goza de buena salud, sin embargo, la maldición del faraón ha tocado un poco a los personajes de la Concertación. Nadie logra entender a ciencia cierta que posición tomará Lagos frente a la candidatura presidencial: un día declara en el papiro El Mercurio que no será candidato por ningún motivo; al siguiente, dice que podría ser si le ruega de rodillas; al subsiguiente, que posiblemente iría a una competencia entre ex presidentes, eliminando a sus valets. Como no estamos en el estático Egipto, los conceptos se mueven, rápidamente, día a día: ahora quiere ser un candidato programático, por eso escribe un libro, El futuro comienza hoy, y como tiene bastante sentido de la realidad, habla más del pasado que del futuro que, filosóficamente, nunca ha existido. El libro que cito, a mi modo de ver, es un programa político más que un ensayo sociológico – en este punto coincido con mi hijo Rafael- .

El PPD es el partido más indefinible en el sistema político: lo constituyen un conjunto de personajes, ex militantes de los partidos chilenos – radicales, mapus, izquierda cristina, comunistas, socialistas, lo que significa una verdadera ensalada de frutas; también hay tecnócratas de Expansiva, neoliberales e, incluso, populistas. Nunca hay que preguntarse qué piensa la directiva del PPD que, ahora con Pepe Auth a la cabeza, es un poco gogo o art nouveau. Nadie sabe, a la final, con quién está el presidente del Partido; ha proclamado a todos los candidatos posibles: Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Sergio Bitar y, ahora por lógica, a su fundador, Ricardo Lagos Escobar; lo único que Pepe no puede aceptar es quedarse sin proclamar a alguien.

Nunca he creído en el progreso indefinido de la humanidad, las tres etapas comptianas han sido refutadas por la historia, mas bien  la Concertación vive en el “eterno retorno”: en vez de ir para adelante, lo hace para atrás. Como los cangrejos 

Veamos algunos datos para probar el anterior aserto: si consideramos la historia de las elecciones municipales en cuarenta y ocho años comprobaremos que la mayoría de los partidos políticos han retrocedido, de 1960 al 2008: el PDC, en 1960, el PDC tenía el 13,9% y, en 2008, esta misma cifra; el PS, el 10,4% en 1960 y el 2008, el 9,3%; el PC, del 9,2 al 4,9%; el PR, del 20,2% al 4,9%; el bloque PPD, PS, PR, en 1990 tenía el 21,9% y, en 2008, 22,2% (único caso de crecimiento). Lamentablemente, la derecha ha aumentado en este período, en base a diferentes nombres: liberales y conservadores, nacionales, RN y UDI; en 1960, el 29,5% y, en 2008, el 36%.

Si dirigimos nuestra mirada al padrón electoral comprobaremos que los ciudadanos no inscritos han aumentado del 8,5% en 1988, al 19,9 en 2008; se calcula que el electorado con capacidad de ejercer su derecho a voto – mayores de 18 años- es aproximadamente 10 millones de personas y se han inscrito sólo 8 millones, y votaron apenas 6.602.000, lo que equivale a una abstención de 1.500.000 ciudadanos. Para el 2010, fecha del Bicentenario, habría más de 11 millones de personas con capacidad de votar. Si esta ausencia de los electores no constituye una cachetada al sistema, dígame usted cómo la podemos calificar.

El Chile de castas también se manifiesta en el Parlamento: de 38 senadores, cinco de ellos llevan 18 años en el cargo – si se reeligen, completarán un cuarto de siglo, sólo los faraones y los Papas les han ganado-; hay 16 padres conscriptos que tienen dos períodos en el cargo. No sé por qué no convertimos el senado en algo así como la cámara de los lores y que la reina Michelle los consagre en una ceremonia, en la catedral de Santiago.

De los 120 diputados, 43 son caras nuevas y 77 han sido reelectos; muchos de ellos llevan ya 18, 12 y 8 años en sus cargos; los sillones son personales y mucho más sagrados que la propiedad privada. ¿Cómo quieren que los jóvenes voten por ellos cuando se sabe que no habrá ni un cupo para ellos y los lectores están cautivos como los remeros de las galeras? Si no sufragan, les propinamos 48 “chicotazos”, castigo dirigido por un juez de policía local. 

Ningún término tiene tantos apellidos como la democracia: puede ser directa, representativa, popular, elitista, plutocrática, multipartidaria, unipartidaria, tutelada y de castas. En Chile ha predominada la democracia de élite, ora hegemonizada por los pelucones, ora por los liberales, ora por la plutocracia partidocrática, ora, por los partidos de centro. Es cierto que el padrón electoral creció mucho desde 1925  a 1973: del 7% al 43%, de la población apta para sufragar; esto habla de la democracia republicana, sobretodo a partir de 1964.

A comienzos del siglo XX, muchos intelectuales temieron al sufragio universal: era la “rebelión de las masas”, para Ortega y Gasset, “la dictadura del proletariado”, para Alberto Edwards, “el reinado de la chusma, grasienta e ignorante”, para los historiadores decadentitas de fines del siglo XIX.

La verdad es que el sufragio universal no cumplió con la función de reemplazar a las élites, que supieron muy bien domesticarlo por medio del ingreso al poder de los partidos obreros y que, más tarde, se convirtieron en burgueses de tomo y lomo.

Por cierto que los partidos políticos de la república no tienen nada que ver con los actuales: primero, respondían a profundas concepciones ideológicas y pertenecían a internacionales, como las de la Democracia Cristiana y el comunismo; segundo, estaban insertos en la sociedad civil: los partidos obreros comunista y socialista, en la CUT y, la Democracia Cristiana, en estudiantes, pobladores y campesinos; tercero, se postulaban grandes proyectos de transformación social – que llamaban revoluciones-. 
En la actualidad, los partidos son sólo grupos de amigos, representantes de castas; nadie milita en ellos, que no sea para conseguir prebendas; son más bien nombres de fantasía que, al igual que la Coca Cola, se transan en el mercado. Las directivas son autoritarias y la única manera de solucionar los conflictos es por la expulsión. El partido así, se convierte en una forma de permanencia en el poder.

¿Cuál es el panorama político previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias?

La Constitución dictatorial -y el sistema electoral- instaló en Chile una democracia de élites que algunos llaman “mínima”, cuyo único sentido lo constituyen los procedimientos electorales: mientras más pequeño sea el universo de votantes, mejor, pues hay menos peligro de perder el poder. Se podría decir, en términos bursátiles, que este sistema garantiza la mínima volatilidad en el concurso regulado de las castas en el poder; es algo así como una democracia bipólica donde, a veces, puede jugar sin posibilidades de cargos, supuestos partidos anti sistémicos. Es obvio que un sistema así es estable e inamovible, como en el Egipto de los faraones.

Hay quienes definen este sistema cerrado como la famosa “jaula de hierro”, donde predomina la burocracia y el tedio, tan bien descritos por Max Weber en su obra Política y Economía. En esta situación, es imposible que surja un personaje carismático, como Barack Obama y, mucho menos que se integre la juventud en una revolución electoral; lo único que nos espera es el bostezo eterno. Quisiera no ser tan pesimista, pero soy un realista que pretende estar informado.

En el juego electoral, la selección de los candidatos suele ser muy limitada: o los Tutankamones, ex faraones, Frei y Lagos, o el Condotiero de la derecha, Sebastián Piñera. No creo que la izquierda extra parlamentaria sea siquiera capaz de condicionar su voto, en la segunda vuelta, a postulados mínimos – como una nueva Constitución, el fin de la exclusión, la estatización de la Previsión y una salud y educación públicas de calidad. 

Lamentablemente, el Bicentenario será tan oligárquico como el Centenario: el mismo Chile segregado donde los pobres, viejos y enfermos sólo se sienten liberados a través de la muerte, tan temida.
11/11/2008

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