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El nuevo rostro del Partido Demócrata

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A una semana de las elecciones en Estados Unidos, con un amplio mas no insuperable ventaja del candidato demócrata Barack Obama, muchas personas siguen sumando y restando cifras, para llegar al número mágico de 538—el total de votos en el colegio electoral de aquel país. Otros están en las calles o en los teléfonos, en un esfuerzo por convencer a los indecisos y asegurar que entre la intención y el depósito del voto no hay saco roto.

Pero otros están pensando ya en qué sigue. Una cosa está clara: estas elecciones, gane o no Barack Obama, han cambiado el rostro del Partido Demócrata.

En los últimos años el Partido Demócrata aprovechó el desplome de la imagen del gobierno republicano en la opinión pública para cosechar votos. Ganaron el control del Congreso en las elecciones de 2006 pero lejos de instaurar un contrapeso a las políticas radicales del Presidente George W. Bush el liderazgo del partido entró en una dinámica negociadora con el ejecutivo que puso gran distancia entre sus posturas y las demandas de la mayoría de sus seguidores. La rigidez de las instituciones y los mecanismos exclusivos de la política tradicional de Washington hicieron imposible un cambio de verdad, en el contenido ó en el estilo del partido.

La campaña de Barack Obama, que empezó formalmente en con el anuncio de su candidatura en febrero de 2007, no solo rompió la barrera de raza en la política estadounidense. Desde el inicio, el nuevo equipo se dispuso a trabajar en las comunidades, en Internet, y en los medios para armar un movimiento de base. Obama venia de una trayectoria de organización comunitaria en Chicago y lo aplicó a su campaña, lo cual representó un giro hacia abajo para el partido que antes había enfocado recursos en los estados en juego, canalizando fondos a los medios masivos de comunicación y a bufetes de imagen.

El movimiento, basado en una "estrategia de 50 estados" de no abandonar el trabajo organizativo en los estados que los demócratas ya tienen asegurados—y en la organización de base, ha tenido un éxito inesperado. En un año y medio, fue capaz de derrotar nada menos que la máquina política de los Clinton, creada y aceitada desde el poder por dos décadas, y con fuertes vínculos al aparato de poder del Partido.

El poder de la campaña-movimiento de Obama se ve reflejado en la gran campaña de registro de votantes, con números récord en muchos estados, y la creación de un "ejército electoral", conformado por un número sin precedentes de voluntarios de campaña, estimado en 1.5 millones, organizados en 770 oficinas en todo el país. Muchos son jóvenes, muchos no han participado antes en la política; todos han dejado sus vidas "on hola," para ayudar a la campaña, donde trabajan en sus comunidades o viajan a donde los manden para organizar votantes y nuevos voluntarios. En el mes de septiembre, Obama reportó una cantidad récord de donaciones a su campaña: $150 millones, o doble su propio récord el mes anterior, la vasta mayoría aporta pequeñas cantidades de un total de 1.7 millones de ciudadanos.

¿Que impacto tendrá este movimiento en el futuro del partido y del país? Hasta ahora, es un movimiento coyuntural, fundado en el calor de las elecciones presidenciales, en un momento de inusual polarización en la política estadounidense. La democracia representativa definida en EEUU normalmente dicta que la ciudadanía se despierta cada cuatro años para votar (algunos cada dos) y se vuelve a dormir. ¿Será lo mismo con el movimiento pro-Obama?

Es una pregunta todavía sin respuesta. Sin duda, muchas personas motivadas por las elecciones regresaran a sus vidas cotidianas. Los de escasos recursos tendrán que lidiar con los efectos de la crisis económica y otros sencillamente pensar á n que su trabajo termina con la elección de su candidato.

Sin embargo, existen indicadores de que esta movilización electoral podría tener algunos impactos más duraderos, tanto en la gente como en el partido. Ha roto con el cinismo y apatía que inundó el país después del fraude de 2000 y activado sectores que se sintieron previamente excluidos. Hay que si se puede—o si se quiere—mantener esta participación democrática después del 4 de noviembre.

Laura Carlsen (lcarlsen(a)ciponline.org) es directora del Programa de las Américas (www.ircamericas.org) en la Ciudad de México, donde ha trabajado como analista y escritora por más de dos décadas.

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