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Manifiesto de Los Pueblos de Morelos

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Xoxocotla, Morelos, 29 de julio de 2007

Desde que oímos los primeros truenos de mayo nos preparamos para sembrar…

1. Visión profunda de nuestras tierras, cerros y aguas

En nuestro principio están las bases de lo que actualmente somos. Nosotros, los pueblos de Morelos, herederos de los señoríos Tlahuicas, Xochimilcas y otros pueblos milenarios, así como de permanentes luchas de resistencia efectuadas durante la colonia y la Guerra de Independencia, somos los pueblos constructores de la Revolución Mexicana, herederos directos de Zapata y Jaramillo, pueblos que hemos librado una lucha incansable por la distribución de la tierra y el agua como base de nuestra libertad. Nosotros, los pueblos de Morelos, siempre hemos considerado a la naturaleza algo tan importante como nosotros mismos.

Nuestros padres y abuelos siempre tuvieron respeto y veneración por la tierra, el agua, el aire y el fuego. Por eso somos pueblos que sentimos y respetamos nuestro maíz, nuestros montes, nuestros días y noches, con todas sus estrellas. Las comunidades de Morelos acostumbramos desde tiempos inmemoriales hablar con nuestras aguas y venerarlas, con nuestro sol y nuestra luna. Son sagrados para nosotros los vientos, los puntos cardinales y todos los animales de nuestras tierras que nos acompañan como las hormigas, las chicharras, las polillas, los jumiles, nuestros perros y nuestras aves, como los píjolos, los tecolotes o los guajolotes.

Somos pueblos que respetamos y sentimos nuestras necesidades, muy especialmente la necesidad del agua. Hasta la fecha, nuestros pueblos conservamos este respeto profundo, aunque la religión, la economía y la cultura dominantes no nos permitan manifestar abiertamente, como gente del campo, nuestros sentimientos de respeto por la lluvia, por los cerros, por nuestras tierras y semillas.

La tierra nos da de comer, el agua nos da vida y alegría, mientras los cerros y sus selvas no sólo nos dan agua, sino también pinos, encinos, jacarandas, tabachines, casahuates, ceibas, bugambilias, nochebuenas y animales como el venado, el jabalí, mapaches, tejones, zorrillos, armadillos, liebres y conejos, ardillas, coyotes, comadrejas, cacomixtles, tlacuaches, murciélagos, chachalacas, urracas, zopilotes, auras y cuervos. Por eso los cerros son toda nuestra fortaleza.

En relación con nuestra madre tierra aprendimos a leer la niebla, el frío y el calor, los temblores ligeros de la tierra y los eclipses, aprendimos a interpretar el sonido de nuestros ríos o dialogar con el viento que sale de los pozos naturales y los ríos subterráneos. En el dialogo con nuestros recursos hemos aprendido a interpretar nuestros lugares, sus fenómenos naturales, y desde ahí, planear nuestras actividades del año.

            Entendemos y veneramos la relación con nuestras tierras, aguas, y aires, porque mantenemos en pie nuestra organización colectiva, y sabemos que el día que esta muera, morirán cada uno de nuestros recursos. Por ello conservamos nuestras danzas. Porque en ellas no sólo llamamos al agua, sino que además nos prometemos a nosotros mismos no desintegrar nuestros grupos. Y mantener nuestra palabra como la verdadera ley que se debe cumplir.

            Nuestras comunidades cuidan colectivamente sus tierras, para ello nuestros antepasados nos dejaron delimitaciones. O construyeron colectivamente tecorrales. Para guardar y defender las tierras de los robos y todo lo que altere nuestra paz. Para ello nuestros pueblos teníamos guarda bosques, guarda ganados, guarda tierras, y guarda cercas. Y por esta misma raíz cultural profunda, en Morelos los pueblos seguimos acudiendo a nuestras plazas cuando una amenaza a la colectividad es anunciada con el repique de las campanas.

            Nuestros territorios y calendarios están llenos de lugares sagrados en los cuales colocamos cruces y recordamos los momentos sagrados, para los cuales realizamos ceremonias y danzas, recordándonos nuestro respeto y veneración por el agua, la tierra, sus semillas y nuestras comunidades.

Desde la colonia, pueblos indígenas como Xoxocotla fueron pueblos rebeldes, renuentes al proceso de evangelización. Xoxocotla que estaba en Pueblo Viejo, con la colonización se lo desplazó a Xochitepec, pero la gente se regresó, aunque ya no a Pueblo Viejo, sino a donde estaba el río, que es donde finalmente quedó. Y Xoxocotla, Alpuyeca, Atlacholoaya y Temimilcingo siguen siendo pueblos rebeldes porque mantienen en pie a sus dioses antiguos dedicados a la veneración del agua.

El agua todavía vive en el corazón de estos pueblos cuando en el día de la ascensión se veneran los cuatro puntos cardinales, el cielo y la tierra de la pequeña gruta sagrada de Coatepec, el Pozo del Padre, la Santa Cruz, las piedras en forma de mesa en el camino real a Santa Rosa Treinta y en un punto en el cerro de la tortuga. En sus ceremonias agradecen y fomentan colectivamente la experiencia de recibimiento. Porque danzando con las ramas agradecen con alegría del corazón el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. No en balde son pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva.

2. La devastación actual

Los pueblos de Morelos hace décadas presenciamos cómo el crecimiento de las insaciables ciudades de Cuernavaca y Cuautla, cómo el turismo depredador, y cómo las modernas industrias y agricultura basada en el uso indiscriminado de agresivas sustancias químicas han venido devorando nuestras mejores tierras, nuestros ríos y manantiales, las barrancas, las selvas bajas y los bosques, con toda su diversidad de árboles y especies. Cada nuevo día nos preguntamos ¿De qué nos sirvió tanta lucha por la tierra y el agua, si todos nuestros recursos están siendo cada vez más destruidos y saqueados?

Los pueblos estamos presenciando cómo avanza la imparable deforestación del Corredor Biológico del Chichinautzin, del área natural supuestamente protegida de El Texcal, la urbanización sobre los numerosos manantiales del área protegida de Los Sabinos, en la naciente del río Cuautla, la implacable deforestación de cada vez más barrancas en Cuernavaca, así como la manera en que cada día se ahonda y expande la enorme herida que la cementera Moctezuma le infringe al área “protegida” de la Sierra de Montenegro.

Nuestros bosques, que son las esponjas que absorben el agua que consumimos todos, son destruidos porque los gobiernos federal y estatal además de alentar la ruina económica de los pueblos campesinos permiten que florezca la tala clandestina en la Sierra del Chichinautzin, muy especialmente en la región de las lagunas de Zempoala.

Las barrancas, que durante siglos sirvieron para que se desarrollaran especies de flora y fauna, se animaran los arroyos y se regulara el clima, hoy están en peligro de desaparecer porque en ellas se construyen grandes unidades habitacionales, se pretenden instalar carreteras o libramientos o están en vías de destrucción porque se las usa como tiraderos de basura a cielo abierto, como ya ocurre en Cuernavaca.

Nuestros cerros y montes, que son nuestra protección, porque permitieron que hace miles de años se estableciera la comunicación entre los pueblos y el intercambio de productos, ideas y tradiciones, hoy están siendo destruidos por la voracidad de las empresas y la corrupción de los tres poderes y los tres ordenes de gobierno, que se aprovechan privadamente del patrimonio de todos.

Los morelenses somos testigos de cómo la disolución de nuestra vida comunitaria y la corrupción de nuestras autoridades han permitido que se ensucien de forma indescriptible nuestros canales, apancles, acueductos y jagüeyes. También vemos cómo se pierde progresivamente la nieve del Volcán Popocatépetl, mientras se secan los ríos Amatzinac y Cuautla o mientras todos los ríos siguen el destino del Apatlaco y el Yautepec, que se convierten en canales de desagüe mientras sus saltos de agua y sus barrancas se convierten en basureros, lugares tan contaminados que se vuelve imposible vivir a su lado. También hemos sido testigos de cómo los principales acuíferos del estado, en El Texcal de Tejalpa y en la Colonia Manantiales de Cuautla, hace ya muchos años han sido concesionados a la poderosa empresa FEMSA-Coca Cola, que no rinde cuentas a nadie sobre la enorme cantidad de aguas extraídas.

Las aguas superficiales de Morelos están a punto de desaparecer porque la urbanización salvaje que ocurre en nuestro entorno demanda un consumo cada vez mayor de agua, sin que se le impongan restricciones a la perforación de pozos de la industria o a las empresas inmobiliarias, que sólo la saquean y no nos devuelven más que podredumbre. Mientras las ineficientes plantas de tratamiento que ya existen o las nuevas que se planea construir sólo son entendidas por los poderosos como una nueva oportunidad de hacer más negocios privados, en el momento en que los gobiernos municipales decidan delegar a estas empresas particulares el manejo comercial de estas infraestructuras.

Pero aunque la escasez del agua avanza a ojos vistas, la Comisión Nacional del Agua, sin tener un verdadero registro histórico de los afluentes, mantiene con cinismo que estos no han disminuido. Llegando al extremo de manipular los aforos que establecen la capacidad de los acuíferos, para desde ahí construir un discurso oficial de  supuesta sobreabundancia del agua, que le permita autorizar cada vez mas perforación de pozos e insultantes gastos de agua a las industrias o las unidades habitacionales, mientras a los pueblos les dora la píldora hablándoles de que hay agua suficiente para un continuo crecimiento rural.

¿A alguien le podría extrañar, en un contexto así, que el mismo director nacional de la CNA haya recientemente defendido a la empresa Urbasol declarando que su proyecto de la Cienega no afecta a las reservas de agua del lugar?

Pero, como en realidad ya no hay agua de sobra, y cada vez resulta menos suficiente para todos, los pueblos que conservan las originales dotaciones de agua de sus manantiales, ya no logran hacerlas valer, pues ni brotan los recursos que se dicen ni el abasto logra llegar hasta los pueblos; eso, mientras otras nuevas comunidades faltan incluso de ser registradas. De  manera que este manejo oficial del recurso, que autoriza la  sobreexplotación de los acuíferos, ofrece información falsa para confundir a los pueblos, permite la contaminación indiscriminada de los ríos, solapa la inoperancia de las plantas de tratamiento y eleva las tarifas de agua, en realidad está encaminado con gran dolo a fomentar los conflictos entre los pueblos.

Como ya ha ocurrido en muchos otros lugares del país, el agua profunda de los acuíferos se convierte en un bien privado, cada vez más escaso, más codiciado y más caro, mientras el agua rodada, que mal sobrevive en nuestros campos, aunque se mantiene como un agua barata es de cada vez de peor calidad, por una contaminación que adicionalmente redunda en la destrucción de la diversidad de animales acuáticos o terrestres, así como de las plantas que crecen en las riberas de los ríos. Destrucción y contaminación de los manantiales, ríos, canales y apancles, y pérdida de los pozos artesanos, que implica la destrucción de nuestras formas de alimentación, plantas medicinales, posibilidades de higiene y nuestras formas de vida, con todo y la riqueza cultural que la sustenta.

Nuestros pueblos han tenido que sufrir, durante décadas, la imposición gubernamental de criterios autoritarios sobre el uso de nuestro propio territorio. Así, Alpuyeca y Tetlama fueron sacrificadas durante más de 30 años con la operación de un tiradero de basura a cielo abierto que se convirtió en una montaña y enfermó, deformó y mató a decenas de pobladores hasta que los pueblos dijeron “no más” y salieron a las carreteras hasta lograr que se cerrara. Pero ahora, como las ciudades grandes  “necesitan” un espacio para tirar su basura, pretenden hacerlo otra vez en pueblos  como San Antón, Anenecuilco y la Nopalera, San Rafael, Yecapixtla, Moyotepec, Cuentepec o Axochiapan, sin tomarnos en cuenta, sin hacer verdaderos estudios de impacto ambiental, pero sobre todo, sin hacerse responsables de la destrucción que generan las basuras modernas en nuestras tierras, nuestros ríos y manantiales, en nuestra salud y en nuestras vidas.

Lo único que miran los gobernantes y las empresas que privatizan los basureros son oportunidades políticas y económicas, instrumentos de presión mediática y “espacios vacíos”, o si acaso “improductivos”, porque muchos de nosotros todavía somos campesinos e indígenas. Ellos sólo ven cómo hacer negocio con nuestras tierras, sin importarles que aún las produzcamos, las habitemos y las cuidemos.

En suma, el estado de Morelos, en algún tiempo considerado como un lugar privilegiado por su clima, sus manantiales, sus tradiciones y la calidez de su gente, está perdiendo hoy de forma irreversible todas sus riquezas naturales y culturales, al mismo tiempo en que los pueblos de Morelos estamos en cada vez peores condiciones económicas, ambientales y sociales, debido a que en nuestra entidad predomina la injusticia. Nuestro territorio es visto por los gobiernos federal, estatal y municipales como un botín, como una fuente de enriquecimiento sin límites para unos cuantos, mientras a nosotros se nos despoja de aquello a lo que hemos dedicado toda nuestra vida a cuidar y compartir comunitariamente: el agua, la tierra y el aire.

Anteriormente, la iglesia se encargaba de confesar a los pueblos para poder castigar ejemplarmente a quienes osaran rebelarse contra el poder de las haciendas. Como el despojo de tierra era causa de continuas quejas, peticiones de justicia nunca escuchadas, continuas rebeliones, motines y levantamientos, la iglesia estaba ahí para predicar desde el púlpito y el confesorio que las injusticias, despojos y la explotación obedecían a leyes divinas. Como en la actualidad hemos retornado a una nueva era de arrebatos de los bienes de los pueblos, pero la iglesia ya no puede auxiliar en esta función, ahora son los funcionarios públicos, principalmente de la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente (CEAMA) y sus ingenieros, hidrólogos, biólogos, etc., quienes auxiliados por los medios de comunicación, se encargan de predicar el nuevo catecismo según el cual la expansión ilimitada de las ciudades, la devastación de las tierras y el despojo y agotamiento de las aguas, no implican “científicamente” problema alguno, además de obedecer el sagrado designio de las leyes del mercado y de la especulación global, así como del progreso científico técnico de la humanidad.

Por ello, aunque durante el periodo colonial y el porfirismo éramos esclavos o peones, actualmente la gente viene a estar igual o peor, porque cada vez más empresarios y funcionarios, en no pocas ocasiones verdaderos delincuentes ambientales, aprueban todo tipo de proyectos, deciden por nosotros, compran tierras a precios bajos o directamente expropian nuestros recursos, explotan nuestro trabajo al tiempo en que marginan a una parte cada vez mayor del pueblo campesino e indígena de Morelos.

Los sucesivos gobiernos de la entidad aplican de esta forma lo que sabemos es una política general del gobierno federal mexicano: la destrucción sistemática del campo y de los campesinos. La absorción en las ciudades o la expulsión por la migración de los pueblos originarios, para abrir paso a la apropiación privada de los recursos naturales y la expansión irracional de las ciudades, los comercios, los hoteles, los centros de convenciones, los balnearios privados, las carreteras, las gasolineras, los centros comerciales, los campos de golf, las universidades privadas, los aeropuertos, los rellenos sanitarios o los tiraderos de basura a cielo abierto, los incineradores de basura, los mega viveros comerciales, los supermercados y las tiendas de conveniencia. Inmuebles e infraestructuras que para nosotros sólo representan una mayor escala de destrucción de nuestros recursos, nuestras formas de vida, nuestra cultura, nuestra organización comunitaria y nuestra salud.

Por todo esto, durante los últimos años nos hemos dedicado a resistir y a enfrentar las agresiones. Por todo esto, es que hemos emprendido luchas históricas para defender nuestra existencia contra el despojo de nuestras tierras, ríos y manantiales, como fue el caso de la lucha anterior de los pueblos de Tetelzingo y Xoxocotla contra la construcción de dos aeropuertos, o la lucha del pueblo de Tepoztlán en contra de un club de golf; así como en contra de la deforestación y la destrucción del patrimonio cultural de Cuernavaca, cuando la corporación Costco emprendió la destrucción del Casino de la Selva o la lucha de la comunidad de Ocotepec por la defensa de predios colectivos en contra de la construcción de una mega tienda Soriana. O, como actualmente es el caso de la lucha de los pueblos de Xoxocotla, Tetelpa, Santa Rosa 30 y San Miguel 30, Tetecalita, Tepetzingo, Acamilpa, Pueblo Nuevo, El Mirador Chihuahuita, Temimilcingo, Tlaltizapán, Huatecalco y Benito Juárez, que defienden la supervivencia de sus  manantiales Chihuahuita, El Zapote, El Salto y Santa Rosa; así como la lucha en contra de los basureros a cielo abierto o rellenos sanitarios en Alpuyeca, Tetlama, Yecapixtla, Axochiapan, Cuentepec, Anenecuilco, La Nopalera, San Antón, San Rafael y Puente de Ixtla; contra las gasolineras y estaciones de gas contaminantes en San Isidro, Ocotepec, Jiutepec, Cuautla y Cuernavaca; contra la destrucción de la barranca de Los Sauces en Cuernavaca; contra la construcción de libramientos carreteros, como en Huitzilac, y en los bosques del poniente de Cuernavaca o contra la construcción de la carretera Siglo XXI (Veracruz-Acapulco), en Popotlán, Amilzingo Ahuehueyo, Tenextepango, El Salitre y las Piedras; contra la deforestación general de nuestros bosques en la Sierra del Chichinautzin y El Texcal; contra la expansión irracional de las defectuosas y destructoras unidades habitacionales, como las edificadas en los municipios de Xochitepec, Jiutepec, Cuernavaca o Emiliano Zapata; contra la criminalización, el hostigamiento y la persecución de nuestras luchas; contra el despojo de tierras en todo el estado y contra la privatización de los servicios públicos de agua, recolección y manejo de basura o el desmantelamiento de nuestras formas ancestrales de producir, intercambiar, de organizarnos y disfrutar la vida.

Pero también, nuestra lucha es por defender espacios dignos de convivencia colectiva, que todavía existen en nuestras comunidades, por recuperar y aprovechar los recursos que son de todos, en beneficio de los pueblos, por rescatar nuestra lengua y costumbres, por adoptar formas racionales de desarrollo económico, y por gobiernos honestos, al servicio de los intereses de las comunidades y no de los empresarios corruptos. Nuestra lucha es por lograr autonomía en nuestras decisiones y en la forma de gobernarnos como pueblos; por darnos a nosotros mismos y a nuestros hijos, nietos y los que vengan después, una garantía de existencia saludable y sustentable.

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3. El sueño de los pueblos

Los pueblos en lucha de Morelos esperamos con el corazón un día volver a ver bello el lugar donde vivimos, así como poder reunirnos, los que ya se fueron al haber sido empujados a emigrar, con los que todavía no nacen. Aunque se trata de un sueño profundo, en realidad lo estamos soñamos despiertos. Cada vez en más lugares hemos comenzado a reunirnos para platicar comunitariamente cómo podría resultar posible librarnos de la maldición de la basura y otros contaminantes, cómo conservar limpio nuestro ambiente y los recursos naturales que todavía sobreviven, cómo podríamos rescatar nuestros ríos, manantiales, bosques y especies, o incluso, cómo podríamos remediar algunos de nuestros lugares más envenenados.

Los pueblos de Morelos queremos que el crecimiento demográfico de las ciudades del país y de nuestro estado ya no responda a la emigración campesina hacia  las ciudades que deriva de permanentes políticas anti-campesinas, ni de los obligados procesos de reacomodo que ello ocasiona en la incontenible ciudad de México. Queremos, en cambio, que sólo se construyan casas y unidades habitacionales que verdaderamente respondan al crecimiento sensato de nuestra población y de nuestras fuentes de empleo, sin la presión adicional de la migración forzada y el asalto de las empresas extranjeras, a las que tiene sin cuidado la muerte de los pueblos. Por eso sólo queremos que se construyan las viviendas verdaderamente necesarias en los lugares que no destruyan los bienes ambientales comunes que son nuestros recursos naturales más preciados.

Queremos entonces que el campo ya no siga siendo asesinado por las políticas públicas federales y estatales y que nuestros jóvenes, en vez de ser excluidos y tener que emigrar, puedan trabajar y tomar gusto por el campo. Soñamos con que nuestros jóvenes no carguen encima con la permanente sospecha policíaca de ser delincuentes por ser pobres, ni que una parte de los mismos estén siendo empujados a la autodestrucción que les impone su enrolamiento dentro de las filas de la economía criminal.

Aunque nuestros pueblos no cuentan con el apoyo del Estado para obtener verdaderos servicios comunitarios, en realidad somos comunidades que tenemos recursos materiales y humanos que nos pueden permitir rescatar y atender los sistemas de agua, la basura local, una agricultura sin agroquímicos, así como la atención de nuestras enfermedades y nuestros sistemas de educación comunitaria. Frente a la marginación y el despojo ilimitado de los bienes estamos descubriendo que en el fondo de nosotros mismos está el poder inesperado de nuestros propios saberes locales, base para la construcción de nuestra autonomía territorial y muy variadas experiencias de autogestión.

            Soñamos colectivamente con descontaminar nuestros ríos, barrancas y cascadas, retomando sencillas tecnologías apropiadas, que no son costosas y que, por ello, pueden quedar bajo la administración, vigilancia y el control comunitario, evitando las malas gestiones gubernamentales o aprovechando, cuando existen, nuestros propios fondos financieros provenientes de nuestras propias cajas de ahorro o de nuestras Uniones de Crédito, sin que entre nosotros prospere el abuso en los recursos o en la mano de obra, o el uso faccioso, ineficiente, dilapidador y corrupto de los recursos gubernamentales disponibles. Pero también soñamos con rescatar la gestión de nuestra propia salud, educación y cultura comunitarias; realizar reordenamientos urbanos comunitarios, siguiendo los ejemplos de nuestros hermanos de San Antón y Ocotepec; lograr la sustitución de las instalaciones sanitarias de las viviendas, en los pueblos y comunidades, con técnicas y gestiones colectivas apropiadas; lograr que los pueblos podamos llevar a cabo un manejo integral de las aguas residuales (con biofiltros o humedales artificiales) y lograr elaborar, comunitariamente, nuestros propios planes de ordenamiento ecológico territorial.

            De ahí que tengamos la determinación de manejar nuestros propios recursos sin tener que dejarlos en manos de autoridades que ya no saben responder a las necesidades y deseos de los pueblos. Autocapacitación que, ya entendimos puede madurar si nos aliamos con investigadores y profesionistas que tengan una visión de simpatía, acompañamiento y respeto por los procesos de reorganización de los pueblos.

            En este reencuentro con nosotros mismos vemos a Morelos como un lugar donde puede prosperar la agricultura de alimentos, flores y viveros que no sobreexploten, desnutran y envenenen las tierras y aguas, ni enfermen o deformen genéticamente a nuestros hijos, sino que con cada nueva cosecha se pueda enriquecer la fertilidad de los suelos. Igualmente imaginamos una explotación racional de nuestros bosques y una producción agrícola altamente productiva y diversificada

            Queremos que las empresas inmobiliarias dejen de “sembrar” varillas y planchas de pavimento en vez de maíz, que las grandes empresas dejen de introducir en nuestros campos semillas transgéncias, que dejen de introducir toneladas de plásticos y otras basuras perniciosas en la vida de nuestras ciudades, que dejen de presionar a nuestras tierras para producir biocombustibles que sólo estarán al servicio de los automóviles y sus mega ciudades.

También esperamos que las autoridades gubernamentales nos obedezcan y defiendan nuestras actividades agrícolas, porque ya entendimos que sólo sobre esta base resultará posible el desarrollo de actividades turísticas que no redunden en mayor destrucción ambiental. Pues sólo así, el manejo de nuestros balnearios, nuestros centros de ecoturismo y el reconocimiento de nuestros servicios ambientales, podrían quedar en las manos colectivas de los pueblos. Por eso, aspiramos a que la reconstrucción y el cuidado de nuestros recursos nos brinden la oportunidad de reconstruir nuestras propias relaciones comerciales y la oportunidad de alcanzar el pleno empleo.

            Como soñamos en lo anterior, nos atrevemos también a soñar con cerros que podrán llenarse de casas populares verdaderamente hermosas, no miserables como en los barrios marginales de las grandes ciudades, ni homogéneas y de mala calidad, tal y como proliferan las nuevas unidades habitacionales en todas las áreas conurbadas de Morelos.

            Aunque los pueblos de Morelos no nos oponemos al progreso, los procesos de globalización y el bienestar de todos, tenemos la capacidad de distinguir, sencilla y claramente, entre lo que es tratar y manejar amablemente a la naturaleza, de lo que es alterarla destructivamente. También por esto, sabemos distinguir entre los procesos de globalización destructiva (el arribo de empresas trasnacionales que destruyen el pequeño y el mediano comercio, que elevan el desempleo, que generan basura nociva y difícilmente destruible, que destruyen la identidad y la memoria de los pueblos) y otros procesos de globalización que podrían enriquecernos (trayéndonos conocimientos y prácticas diversos, que fortalezcan el cuidado del ambiente y la salud de los pueblos). Por eso no comulgamos con la idea de que el único “progreso” posible es el que nos proponen actualmente los empresarios transnacionales o los políticos corruptos empeñados en despojarnos de nuestras tierras, bosques y aguas.

            Soñamos con algún día poder volver enseñar a nuestros hijos el proverbio que nuestros padres alguna vez nos transmitieron: “un vaso de agua no se le niega nadie”. Igualmente, con la misma osada ambición, esperamos que un día no muy lejano, se  prohíba a los supermercados nos entreguen todas sus mercancías dentro de bolsas, paquetes, moldes y botellas de plástico que van a tardar miles de años en disolverse en nuestras tierras o que al quemarse van a llenar de cáncer nuestros cuerpos. Tampoco pensamos que es el precio obligado del progreso, sólo disponer de aparatos que se alimentan con infinitas baterías eléctricas que envenenan nuestras aguas, o tener que desechar absurdamente miles y miles de llantas de todo tipo de vehículos automotores, que trágicamente paran como material de incineración en los hornos de la industria mexicana del cemento.

            Soñamos con que nuestros políticos, dedicados a imaginar la solución a los problemas de la basura, pierdan su adicción a las soluciones técnicas de gran escala, sin lograr alcanzar verdaderas soluciones en el largo plazo. De ahí que soñemos con programas educativos en todos los medios de comunicación que expliquen a toda la población la estructura irracional global que ha adoptado el ciclo de los desechos de nuestra sociedad depredadora y la necesidad de corregir el problema, no sólo reciclando productos irremediablemente nocivos, como los plásticos o los desechos hospitalarios.

            Queremos que en nuestros pueblos las autoridades tomen en cuenta a las personas adultas, al tiempo que existan oportunidades educativas para los jóvenes, u oportunidades laborales y de higiene para todos. Necesitamos la oportunidad de seguir luchando por nuestros hijos. Necesitamos que haya apoyo para que en nuestros pueblos, verdes, retornen la tranquilidad, para que nuestros hijos puedan crecer en paz, con escuelas y parques donde correr y gritar, sin que se acerquen a las drogas. Por eso queremos espacios comunitarios como podrían ser los kioscos, a donde regrese la música colectiva. Sin  videojuegos, ni pantallas gigantes. En realidad, lo que en el fondo quisiéramos, es la reconstrucción de espacios para reuniones, fiestas o bailes donde la gente se pueda encontrar para pensar, reír, divertir y volverse a poner a soñar colectivamente.

            Queremos que no se pierdan en el olvido nuestras raíces. Que se rescaten, desde nuestras casas y pueblos, las tradiciones que todavía muchos practican o recuerdan. Que las difundamos para que podamos volver a entender su sentido profundo. Como mujeres de los pueblos queremos rescatar lo que aprendimos de nuestras madres y abuelas. De manera que en nuestros pueblos podamos seguir transmitiendo la sabiduría efectiva de nuestros antepasados. Frente al crecimiento de un consumo cada vez más manipulado, necesitamos reconstruir la producción de alimentos domésticos, sanos, que no nos esclavicen a las tiendas de autoservicio, ni a enfermedades degenerativas como la  diabetes, los problemas del corazón o el cáncer.

Así, aunque creemos en la necesidad del desarrollo humano, no comulgamos con la expansión de las actuales mega unidades habitacionales, las estaciones de gasolina, las megatiendas comerciales o las tiendas de conveniencia (como las tiendas Oxxo), las torres de telefonía celular, los sistemas operadores y las plantas de tratamiento de agua potable privatizadas, etcétera. En suma, no les creemos a los especuladores inmobiliarios, a los que tiene sin cuidado alguno la sobreproducción de vivienda y todo tipo de inmuebles. Menos le creemos a su manera eufórica de invertir, que alientan su negocio sin pensar un ápice en el futuro de las personas que van a ser confinadas dentro de conjuntos urbanos infames. Los pueblos de Morelos tampoco creemos que el progreso sea la construcción de nuevas carreteras fraudulentas como la Autopista del Sol, o proyectos ejecutivos de prestanombres dedicados a facilitar transas de políticos y empresarios ávidos del dinero fácil, o bien de narcotraficantes y otro tipo de delincuentes dedicados a lavar dinero.

            Nuestro sueño es integral, porque en él, nos imaginamos arraigados en el territorio y tejiendo juntos formas nuevas de organización con las tradicionales para ser capaces de acordar, entre todos, que los pueblos podamos tener hoy, agua, bosques, suelos fértiles y salud, y reservas para las próximas generaciones; para recuperar, como comunidades, nuestra convivencia armónica; para reconstruir nuestros lazos y construir la autonomía de cada pueblo, desde la que podamos crear nuestras propias leyes y reglas sobre manejo de agua, suelos y basura, respetando la consulta y los derechos de todos, con el fin de lograr la justicia que la legalidad de los poderosos nos ha negado hasta ahora.

            Soñamos con poder determinar libremente nuestros propósitos, nuestros propios planes para el uso y el disfrute de nuestros territorios y recursos, nuestras formas de organización, la delimitación de los distritos electorales y la elección de nuestras autoridades, a partir del conocimiento que tenemos de nosotros mismos y con plena conciencia de la responsabilidad que eso implica: la gestión permanente de la vigilancia popular de la calidad del agua, la tierra y el aire; la planificación colectiva del desarrollo urbano de las comunidades y la solución integral de los problemas sociales y ambientales.

            Nuestra aspiración, como la de muchos otros pueblos del mundo, es lograr que, en Morelos, ningún proyecto de desarrollo se pueda construir o implantar sin la consulta y aprobación de los pueblos, porque sabemos que es nuestro derecho decidir sobre nuestros recursos y territorios. En resumen, nuestro sueño es que Morelos se convierta en un estado modelo en el cuidado y conservación del territorio, de los pueblos y de la justicia.

4. Propuestas organizativas y de acción del Congreso de los Pueblos

Con la convicción de que si no detenemos la destrucción de la naturaleza que ocurre en nuestras tierras, aguas, bosques y en todo nuestro entorno ecológico no tendremos futuro, numerosos pueblos, habitantes y organizaciones sociales de Morelos decidimos juntarnos y organizar colectivamente el Primer Congreso de los Pueblos de Morelos, en Defensa del Agua, la Tierra y el Aire, que se llevó a cabo los días 28 y 29 de julio de 2007, en la comunidad de Xoxocotla, municipio de Puente de Ixtla, en el mismo estado de Morelos.

Este Primer Congreso de los Pueblos es un paso adicional a los que ya hemos dado en muchas comunidades en el proceso de defensa de nuestros recursos y derechos, pero es también un primer paso para todos, en el sentido de avanzar juntos para crear una convergencia de todos los pueblos de Morelos, en tanto los problemas que tenemos son los mismos: todos estamos sufriendo una agresión generalizada y todos queremos construir colectivamente alternativas económicas, políticas, sociales y ambientales verdaderamente viables para todos.

Durante estos dos días, trabajamos conjuntamente más de 700 personas, provenientes de 48 comunidades, pueblos y barrios urbanos del estado, acompañados por representantes de organizaciones sociales y no gubernamentales, así como por académicos de distintas instituciones. Nuestro diálogo se organizó a partir de seis mesas temáticas (1] Defensa del Agua; 2] Urbanización; 3] Autonomía de los pueblos; 4] Basura; 5] Bosques y áreas Naturales Protegidas; y 6] Tierra), en las que se formularon denuncias y diagnósticos y se hicieron muchas propuestas de distintos tipos: políticas, técnicas, jurídicas y organizativas, que habrán de servir para futuros encuentros, pero también para construir una mayor convergencia de las iniciativas de cada pueblo, así como para generar un apoyo mutuo inmediato de todos, hacia quienes más lo necesiten en un momento dado.

El Congreso propuso y aprobó en sesión plenaria la creación inmediata de un Consejo de Pueblos que no incluya entre sus miembros a representantes con cargos oficiales dentro de partidos políticos o funcionarios públicos, ello con el propósito de poder aglutinar a más comunidades e involucrar a todos los municipios del estado. El Consejo estará formado por tres representantes de cada pueblo, elegidos en asamblea general y consignando en actas dicha elección.

En cuanto se forme, lo primero que hará este Consejo será elaborar sus propios estatutos, principios y su estructura organizativa. Para lo cual, deberá proceder a la organización de diferentes comisiones (Coordinación, Prensa y Propaganda, Seguridad, Movilización etc.). Además, contará con Comisiones Especiales sobre cada uno de los temas abordados en el Congreso: Agua, Urbanización, Autonomía, Basura, Bosques, áreas Naturales Protegidas y Tierra, así como de otros temas y problemas que se requieran. El Consejo estará encargado de difundir un Manifiesto de los Pueblos de Morelos y su correspondiente Plan de Acción.

Aunque la plenaria del primer Congreso de Pueblos de Morelos no tuvo la oportunidad de discutir con mayores detalles la organización y funciones del Consejo de Pueblos, en las diversas mesas temáticas del Congreso, se acordó que el Consejo de Pueblos también tendrá la función de dar seguimiento al Congreso de Pueblos de Morelos, fijar una fecha para uno siguiente y definir, de manera conjunta, una agenda de trabajo y planes de acción a corto, mediano y largo plazos, para definir principios organizativos que nos permitan mantenernos unificados con todas las problemáticas locales y con las luchas de otros estados. El Consejo de Pueblos tendrá la responsabilidad de buscar aliados para empujar iniciativas estatales o para crear normas comunitarias, pero es necesario que parte de la lucha se concentre en buscar nuevas y más profundas alianzas con aquellos que estén dispuestos a apoyarnos desde el Congreso estatal y otras instancias; constituir un frente permanente que unifique nuestras luchas y que se articule con otros referentes estatales y nacionales; acudir a las instancias internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Amnistía Internacional y la Relatoría de la ONU sobre vivienda; a organizaciones civiles de derechos humanos y entregar las denuncias o los resolutivos bien fundamentados de nuestros pueblos para hacer público e internacional el análisis y las demandas de cada una de nuestras comunidades; promover el intercambio de experiencias de autogestión (de agua, basura, agricultura orgánica, tianguis orgánicos populares, etc.) y de sumar al Congreso de los Pueblos de Morelos, en defensa del agua, la tierra y el aire dentro del Consejo Nacional de Huelga.

En el corto plazo, consideramos indispensable:

 

  • Que las actuales autoridades de Morelos pongan un freno inmediato a esta dinámica de destrucción, saqueo y creciente injusticia ambiental.

 

  • Que se revoquen todas las concesiones y permisos a proyectos que atentan contra la seguridad, la salud y el medio ambiente de los morelenses, porque se han convertido en peligrosas fuentes de conflicto social.

 

  • Que los cuatro grandes acuíferos de Morelos, sean declarados de inmediato, zona de veda para la extracción especulativa, comercial e industrial, hasta que no se pruebe científicamente, de forma abierta, democrática y pública, que dichas reservas no han sido sobreexplotadas, ni contaminadas por el desarrollo de tales proyectos.

 

  • Que el Congreso del estado inicie inmediatamente investigaciones por tráfico de influencias y corrupción en los proyectos y permisos en los que puedan estar involucradas autoridades actuales y previas, federales, estatales y municipales. Y que se forme una comisión ciudadana que participe dentro de dichas investigaciones.

 

  • Que el Congreso del Estado promueva la creación de una nueva Ley de protección socioambiental que reconozca el derecho de los ciudadanos y los pueblos a contar con información adecuada y oportuna en torno a las empresas en operación y los proyectos de desarrollo que actualmente irrumpen dentro de nuestros espacios de vida y trabajo, así como en el derecho a definir de manera directa y democrática el uso de los lugares en que vivimos.

 

  • Que el gobierno del estado de Morelos se comprometa públicamente, a no criminalizar a ninguno de los participantes en nuestro movimiento por la defensa de nuestros recursos, nuestro medio ambiente y nuestras condiciones de vida.

Vimos las deforestaciones de la mayor parte de Huitzilac hasta que se secó la laguna de Zempoala y no hicimos nada. Vimos cómo crecía el basurero de Tetlama mientras moría la gente en Alpuyeca y tampoco hicimos nada. Vimos cómo se  construían miles de casas y se perforaban cientos de pozos y nuevamente no hicimos nada. Vimos cómo se secó el río Amatzinac y nos callamos. Hemos visto como va llegando la mancha urbana al Chichinautzin, donde nacen todas las aguas del sur de Morelos. ¿Hasta cuando responderemos?

Queremos que los pueblos que llevan años de no ser escuchados por el gobierno se sumen a nuestro movimiento, sin importar las creencias o filiaciones políticas de los afectados. Lo único que esperamos es que todos seamos concientes, que si tratamos de jalar agua para el molino de los partidos o las organizaciones sociales, no vamos a lograr revivir nuestros lazos colectivos, ni vamos a poder actuar eficazmente en el momento de defender nuestros lugares. Por eso necesitamos remover toda la cultura política que nos tiene hundidos como pueblos. Los pueblos necesitamos mucho unirnos entre nosotros y crear algo completamente nuevo.

Como esto no está resultando difícil de entender entre los propios pueblos, y como vemos que el gobierno ya intuye hacia donde vamos, también entendemos por qué es que éste ya esta sintiendo tanto miedo.

Llegó el momento de actuar. Tenemos que entender que hoy, si la lucha de cada pueblo está aislada se condena a la derrota, al despojo, a la destrucción de su organización comunitaria y a ver morir cada uno de sus recursos vitales y sus sueños. Mientras que los pueblos que nos juntemos no podremos ser derrotados jamás.

Zapata vive en los pueblos
Que se organizan y levantan
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