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Viaje al vertedero de la educación chilena

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Si bien el agua tiene el efecto de hacer desaparecer las partículas contaminantes, cuando la lluvia termina, aquellas reaparecen. El mérito de los estudiantes es haber descubierto el mierdero que es la educación chilena usando, en lo posible, métodos de la no violencia activa, es decir, la justicia y la verdad de la causa, que es mucho más profunda que la represión y la estupidez de los infiltrados, que pretendían desviarla más allá de sus objetivos.  Al fin, todas las estrategias distractivas que hacen resaltar la violencia o tratar de dividir, o burlarse  de los líderes del movimiento estudiantil colocándoles remoquetes, o atribuyéndoles aventuras farandulescas, similares a la excelsa tontería de las hermanas Campos o de Carla Ochoa, no han logrado restarle un ápice de vigor a la verdad y valor ético de las denuncias de los estudiantes. Es que los enanos morales – liliputenses sempiternos – no logran reducir a su tamaño ético la grandeza de nuestros Gulliveres adolescentes espinilludos.

Finalmente, nos quedamos con los temas centrales: hoy, es un sentido común, es decir, en términos gramcianos, un concepto hegemónico cultural, que nuestra educación es tan mala como la de los países africanos, recién salidos de la oscuridad colonial; que es una idiotez triunfalista del profesor Lagos pretender que, en el 2010, vamos a ser un país desarrollado en lo cultural, y ni siquiera en lo económico, pues basta que se anuncie una crisis mundial para que caigamos en el hoyo de la miseria; sólo los tontos creen que la bonanza del cobre va a durar toda la vida y, como éstos sobran, llenarán los diarios de columnas optimistas. Estamos igual que en 1910: un Chile rico, vanidoso, de una casta cada día menos autocrítica, y un Chile pobre, cada vez menos dispuesto a ser borrego y retransmitir la estupidez de los de arriba.

Siempre, en el 1910 y en el 2006, a puertas del Bicentenario la educación, tan alabada por tenores huecos de la casta en el poder, se ha convertido en la piedra de tope de la estulticia autocomplaciente. En ambos períodos hay educación según el dinero que se tenga: buena para los ricos y pésima para los pobres; incluso, en 1910, según el profesor Venegas, había un Instituto Nacional para internos y externos, diferenciado con respecto al poder económico-político de sus progenitores. La educación hoy no forma hombres libres, pensantes e iguales en derechos y deberes, es un supermercado: según tu dinero puedes comprar caviares, longanizas, bistec, papas o puro pan y té. Usted no es un alumno, es un consumidor, un cliente, que sólo puede reclamar ante el Sernac; hay que ser muy ingenuo, para no decir estúpido, para constatar que los baños de colegios pobres pasen el año tapados y huelan a mierda putrefacta, y que las señoritas de colegios ricos dispongan de papel Confort; esta realidad es igual a la de hace un siglo; es que la historia hace tiempo está estancada para los pobres y progresa, día a día, para los ricos. Así es la modernidad que tanto adora José Joaquín Brunner, miembro del inútil del Consejo de Educación, recientemente nombrado.

Como la muerte es inexorable, ya no están entre nosotros soñadores de la educación, como Valentín Letelier, Claudio Matte, Abelardo Núñez, Alejandro Venegas, Enrique Molina, Diego Barros Arana, Domingo Faustino Sarmiento, y tantos otros que, en su época dieron vida al Estado docente; hoy existen tecnócratas del Ministerio de Educación, responsables del tremendo desastre al cual asistimos hoy día: un Colegio de Profesores apanucado  y corporativo, sostenedores que se han convertido en millonarios y ex ministros vociferantes y jactanciosos.

Los temas son los mismos de principios del siglo XX, como si viviéramos “cien años de soledad”, como si nada hubiera pasado, como si la historia se hubiera detenido: libertad de enseñanza versus Estado docente. Como estarán riéndose, en el cielo o en el infierno, respectivamente, Abdón Cifuentes y Valentín Letelier; el segundo, es como el papá de María Jesús Sanhueza y el “Comandante Conejo” y, el primero, el padre J. J. Brunner y de Jorge Manzi. Cómo no va a ser para la risa que la hija de masón y agnóstica, Michelle Bachelet, termine cantando “a Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar…”; sólo falta la estrofa “que bueno que murió Garibaldi pum” aquel, que con toda razón, obligó a un Papa a exiliarse en el Vaticano para que dejara de impedir la unidad de Italia, soñada por Maquiavelo.

Afortunadamente, los líderes estudiantiles son amantes de la historia, no son ignorantes como la mayoría de los borregos, que se conforman con las estupideces del profesor “Salomón”. El Estado docente es parte de la república chilena, destruida por Daniel López y sus vasallos derechistas y que la Concertación, traicionando los deseos populares, se ha negado en reponer. De tanta complacencia con la derecha política, han terminado siendo tan conservadores como don Abdón Cifuentes.

El Estado tenía la obligación, a partir de 1920, de asegurar la educación primaria para todos los chilenos, logro que fue fruto de una tremenda lucha entre liberales y conservadores, y sólo fue posible por el acuerdo de mis dos abuelos, Manuel Rivas Vicuña, líder liberal y Rafael Luis Gumucio, líder conservador. Pero no idealicemos ahora el Estado docente: en el Chile de 1910 había un 50% de analfabetos, y un 20% llegaba a cuarto año de preparatoria, por tanto, según don Valentín Letelier, la educación secundaria estaba destinada, solamente, a una clase media, arribista y radical; la clase alta pechoña tenía asegurada la educación de sus hijos, desde el siglo XVII, con los jesuitas o los Padres de Picpus –  Los Sagrados Corazones.

Nada nuevo bajo el sol: a fines del siglo XIX imitábamos a los alemanes, convencidos que habían triunfado gracias a las competencias docentes de los profesores primarios, entonces importamos maestros germanos a granel –buenos, malos y hasta sinvergüenzas. Todos los profesores del pedagógico, fundado por Julio Bañados Espinoza, fueron de esa nacionalidad. De ahí viene la estupidez de las clases de gimnasia y de las marchas militares, con paso de ganso, incluyéndome como víctima de tan torturizante ejercicio, sin poder distinguir el pie derecho del pie izquierdo, y con la imposibilidad de seguir los brutales y ensordecedores golpes de tambor. Después imitamos a los ingleses, a los americanos y a los españoles; es que Chile es un país de monos tití.

Valentín Letelier, en su libro La filosofía de la educación, tenía una visión noble del Estado docente: la educación era la formadora de la nacionalidad; como hoy no tenemos país, salvo la bandera del “becerro de oro” – la adoración del dinero, la construcción de puentes, (que se caen todos los días), y las carreteras de alta velocidad, estos escritos de don Valentín más vale tirarlos a la chimenea.

Veamos la libertad de enseñanza: esta era otra locura de nuestra oligarquía del “marqués” Irarrázabal: para oponerse al poder absoluto de los presidentes de la república, era necesario crear una comuna autónoma, incluso, los diarios liberales se reían de él caricaturizándolo como un feroz comunero, de 1871; la comuna autónoma fue un desastre total: los municipios eran mucho más corruptos que el gobierno central; en las comunas ricas – Santiago, Valparaíso y Concepción – se robaba en grande y, en las chicas, se recurría al menudeo –caja chica.

En 1910 el profesor Venegas, como los chiquillos de hoy, destapó la olla: la educación, en esa época, era una mierda: los directores eran nombrados por el partido radical y los liberales democráticos; las alumnas eran exp
lotadas por las monjas del colegio, los salesianos vendían los productos elaborados por los estudiantes; todo era un negociado para la oligarquía y, al igual que ahora, la SOFOFA se aprovechaba de trabajo de práctica de los alumnos de educación técnica.

Como Chile es un país de paradojas, los profesores ácratas, en 1927, implementaron una reforma educacional en plena dictadura de Ibáñez, que consistía en centrar la educación en el alumno. Para qué decir que el Estado docente tiene momentos gloriosos, como el “gobernar es educar”, de Pedro Aguirre Cerda, y las reformas educacionales de Frei Montalva y el intento de reforma – la ENU- de Salvador Allende. Pero es evidente que en estos períodos el número de alumnos que entraba a la educación media y universitaria era elitista y muy reducido, sólo clase alta y media; por eso era gratuita y no muy onerosa para el Estado y profesores de calidad moral e intelectual. Eso era el Estado docente en esa época.

La libertad de enseñanza de Pinochet
Hasta Michelle Bachelet no tiene nada que ver con los ideales católicos de Abdón Cifuentes: hoy es neoliberal, no tiene ni Dios ni ley, convirtió a Cristo en  mercader del templo, el educador es un prestador de servicios, servil empleado de un sostenedor o un alcalde; el educando es un consumidor, comprador de servicios, al igual que en el supermercado, pero que ni siquiera, tiene un Sernac; todo se rige por cuánto dinero tienes para comprar un bien: el ABC1 compra bienes de calidad en el mall de Las Condes educacional y, los del E, marraquetas compradas al fiado. Como todo es mercado, el consumidor debe informarse sobre la clasificación de los bonos (desde la triple A hasta los default). En el plano educativo, en los colegios triple A, el profesor tiene pocos e instruidos alumnos y puede innovar sin ningún problema y aún así, somos inferiores a otros países de América Latina; en los colegios de poblaciones hay que tratar de pasar el día sin resfriarse, ni mojarse, son guarderías en las cuales se ocupa la JEC en ver videos anticuados y aburridos, carentes de intenciones pedagógicas.

La asistencia a los colegios de hoy sirve para cobrar la subvención de $30.000 por alumno y no interesa, para nada, los aprendizajes significativos, ni hablar de constructivismo o deconstructivismo, eso es como en chino; lo único que importa es entrenar a los alumnos en estúpidas respuestas para cumplir con el SIMCE y, posteriormente, en el cuarto medio, para rendir la inútil Prueba de Selección Universitaria –PSU- que ostenta el récord de torpes preguntas mecánicas, de selección múltiple. Pero qué importa, si son los tullidos, los derrotados del sistema, los pobretes que, según Hayec, sólo deben ser auxiliados por el Estado, al igual que los vagabundos sin casa.

Formador de formadores
La frase, por sí sola, me parece pretenciosa. Ya hace tiempo que se destruyeron las Escuelas Normales, en las cuales se formaron líderes como César Godoy Urrutia, Ricardo Fonseca, Luis Corvalán, y otros notables líderes del pensamiento; hoy forman los profesores las universidades. Algunas de ellas sólo cuentan con una mesa de pimpón, un pizarrón y unos miserables profesores-taxis, pagados con boleta de servicio y cuarenta alumnos. La carrera de pedagogía es la más barata, rentable y desprestigiada. Si usted logra ser profesor de Básica se salva de trabajar de empacador en el supermercado.

En las universidades se ofrecen cursos de todo tipo: unos por correspondencia, otros los sábados, otros breves cursos de perfeccionamiento; no en vano las universidades han inventado millones de carreras nuevas para lograr dinero fresco y la calidad sigue siendo monstruosa. Usted, alumno, puede rendir examen semestral pasando durante el año, en los boliches, cafés y discotecas de la Avenida República y todavía reclaman los estudiantes que les dejan muchas tareas para la casa. Por eso no es difícil pensar que la Carla Ochoa y las hermanas Campos sean unas “grandes periodistas”, por último, el periodismo no es una carrera universitaria, sino una técnica que, por cierto, tiene honorables y brillantes periodistas, muchos de ellos autodidactas y otros bachilleres que no saben gramática, ni sintaxis. Para qué hablar de las universidades pedagógicas: la de Playa Ancha le fue negada la Acreditación por el analfabeto Consejo Superior de Educación que, una parte de Directorio, lo conforman militares, grandes estrategas, tal vez, pero de dudosos conocimientos pedagógicos. Considérese que este Consejo ha aprobado a casi todas las universidades privadas, salvo aquellas sorprendidas en el abuso que incurrían sus fundadores, al arrendar casas propias a la misma universidad. Esto de las corporaciones sin fines de lucro era sólo una pantalla.

Como se puede ver, las famosas pasantías y cursos de perfeccionamiento sólo han servido para llenar una página más del nutrido currículo de nuestros docentes que, muchas veces, agregan hasta el día en que su mamá les compró un traje de marinero. Mientras Chile le muestre el trasero a sus profesores, nuestra educación seguirá siendo una mierda; mientras no tengamos maestros bien remunerados, sabios y respetables, los alumnos, con toda razón, se reirán de ellos, los agredirán y harán que los apoderados también les falten al respeto.

El drama de la educación no es solamente técnico: basta de inútiles tecnócratas, basta de sabelotodo en materias educacionales; el Consejo debiera estar representado por quienes viven la educación desde el aula. De nuevo se perdió una linda oportunidad, mi querida presidenta.         
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