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Privatizaciones: Náuseas de resaca

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La Concertación ha logrado instalar, con más esfuerzo que éxito, el tema de las escandalosas privatizaciones de empresas públicas durante la dictadura militar.

Hay dos datos inmediatos que deberían saberse: ver cuánto perdió el Estado, cosa que el oficialismo ha sacado rápidamente a colación, y saber quiénes se enriquecieron fraudulentamente a costa del patrimonio de todos los chilenos.

Este último aspecto siempre se elude, salvo mencionar al entorno inmediato de Pinochet, porque ha sido marca registrada de la Concertación no individualizar responsables en materias de este tipo (por ejemplo, ahora se habla de la responsabilidad cómplice de ciertos medios de comunicación en el montaje de la Operación Colombo, pero sin señalar específicamente a periodistas, editores o directores, a pesar de la cantinela, que empezó por 1988, de que las responsabilidades son siempre individuales).

En todo caso, nunca es tarde para escudriñar felonías de ese tipo, como fueron unas privatizaciones en las que, justamente, no operó el mercado, porque el mercado estaba atenazado por el poder político del régimen militar.

El ejercicio de la memoria es, al final, la más confiable de las justicias. Por ejemplo, la comisión sobre prisión política y tortura, tantos años después del golpe militar, era algo necesario y su funcionamiento, aunque tarde, siempre iba a ser en momento oportuno.

Sin embargo, tengo mis dudas respecto del tema de las privatizaciones. En el contexto actual, de sospechas fundadas de irregularidades que lindan (uso ese término porque aún no ha sido judicialmente probado) la corrupción en contratos del MOP, y otros acuerdos comerciales que huelen a favores políticos, es atendible que la derecha esgrima que se trata de una cortina de humo o un intento de empate. Aunque no sea así.

Mis aprensiones van por otro lado. La Concertación, la mayoría de cuyos miembros tanto se ha esmerado en asimilarse al mundo en que circulan los que, justamente, profitaron de esas privatizaciones, tampoco puede renegar de su pasado.

Me refiero al pasado reciente: el largo pasado en el poder.

El actual oficialismo fue de una generosidad rayana en lo servil con ese mundo empresarial al que, finalmente, se quería parecer o derechamente incorporar. La Moneda siempre tuvo sus puertas abiertas para ellos y sus lobbistas (y no así, por ejemplo, para los representantes de los trabajadores).

¿Por qué poner ahora en la picota a las privatizaciones de la dictadura si quienes se hicieron de esas empresas fueron agasajados en cenas oficiales, invitados a giras presidenciales, palmoteados en cócteles, abrazados en las páginas sociales de los diarios; en suma: legitimados y lavados de su supuesto “pecado” privatizador?

El oficialismo, para ser riguroso, debiera, primero, mirarse la cara y ver las ojeras del trasnoche y la barriga hinchada por los ágapes en que se palmotearon, se abrazaron, se fotografiaron y volaron con los que hoy pretenden crucificar. En una de ésas sienten náuseas. No por la resaca de la fiesta. Sino que por ellos mismos.

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