Casi 30 años después, cuando el cuerpo de Eduardo Rojas abandonó para siempre los parajes precordilleranos en dirección al Cementerio Parroquial de Linares, los campesinos enclaustrados en el recinto del Ejército se atrevieron a sacar a la luz su historia. Una historia marcada por la servidumbre, trabajos irregulares y obligaciones que debían cumplir bajo amenaza de expulsión. Campesinos atados a un territorio, como siervos de la gleba, que hasta el día de hoy viven sin luz ni agua potable.