En Chile las más altas tasas de suicidios tienen prevalencia en la vejez y en la juventud. Es que el suicidio y la eutanasia, en muchos casos, se convierte en la forma de evitar el infierno de ser viejo, enfermo, solo, pobre y dependiente, un ser visto por la indolente sociedad como una basura que hay que lanzar al vertedero. Morir dignamente debiera ser un derecho humano, tan importante como el derecho a la vida y a la igualdad entre los hombres y mujeres. Desgraciadamente, cuando los beatos dicen defender el derecho a la vida olvidan que la pobreza condena a un alto porcentaje de los chilenos a una existencia miserable e indigna y, en no pocos casos, a vivir en lo que llaman hipócritamente, en “situación de calle”.