No es la idea de esta columna definir qué es y el por qué de la posverdad, de eso ya se ha dicho bastante, sino pararnos en lo que llamaremos el “poslector”, ese que ante una pequeña brisa de información no es capaz, por desidia intelectual, discriminar entre un huracán de datos y una avalancha informativa, entre un tornado de frases y un ciclón de palabras que no hacen más que vestir de contenido a quien quiere consumirlo.