El diagnóstico sobre el país es claro: el desarrollo se concibe como consumo y el empleo se entiende a partir de un día trabajado en la semana, el control social se apoya si es necesario en leyes antiterroristas, el silencio es una norma en las oficinas de servicios urbanos, mientras las clases opulentas disfrutan los ingresos de los contratos públicos, con lo cual se prevé un sistema sin contratiempos pese a los cuestionamientos en los campos en que se manifieste.