Si China dirige sus pruebas balísticas en dirección a la geografía de la Corea capitalista configura una amenaza para el sur peninsular, si no lo hace se arriesga al espionaje norteamericano. Si la patria del Gangsta Style adquiere el escudo THAAD amenaza la seguridad china, si no lo hace se arriesga a la agresión norcoreana y al malestar político económico del Pentágono. Es lo que el profesor Li Bin caracteriza como un verdadero dilema securitario.
Lo que pretende Kim Jong-un no es muy diferente a lo aprendido de su padre y su abuelo: ajustar los engranajes que hacen funcionar un sistema totalitario, al tiempo que con una gradualidad de cámara lenta ajusta ese sistema al ecosistema político y económico global. En este sentido, sobre su programa nuclear quiere que sea tolerado, a cambio de no incrementar su arsenal y no exportar los conocimientos inherentes.