No hay reparación que devuelva a nuestros familiares a la vida. Pero hay un mínimo de decencia que esperamos de la condición humana y de las instituciones: que no nos humillen más, que nos respeten como miembros de una sociedad a la cual pertenecemos, que no nos quiten el mínimo espacio que hemos conquistado para seguir viviendo. Con nuestras historias, empeños, identidad, proyectos. Con nuestros vivos y muertos. Seguir viviendo, poder respirar, estudiar, trabajar sin toparnos con los asesinos de nuestros padres antes que concluyan sus condenas establecidas por tribunales con debido proceso y derecho a defensa.