Si leyéramos a escritores bolivianos como lo hacemos con Orhan Pamuk, podríamos entender mejor las maneras en que la felicidad va tomando forma en Bolivia; entenderíamos las grandes semejanzas con un país con el que compartimos un pueblo originario y una geografía altiplánica. Podríamos sensibilizarnos con la frustración de no tener siquiera un poquito de ese gran mar que fue parte de su historia hasta hace menos de 150 años.