En esta época, en la que la industria de la salud arrasa con potingues que prometen “la eterna juventud” y los mercaderes se hinchan a vender calzado deportivo, si es posible de marca, para que los mayores corran la maratón al cumplir los noventa y cinco, es hora de preguntarnos si merece la pena penar  mil años para emular a Matusalén.