Si Manuel Alfonso murió de inmediato, aplastado por los ‘planchones’ que se derrumbaron con el accidente, no lo sabemos; no sabemos si algunas de esas rocas cayeron sobre sus piernas destrozándoselas para obligarlo a permanecer allí, sollozando, doblado de dolor y desangrándose sobre el piso de la mina. Nadie lo sabe. Tampoco si quedó ileso, si buscó protección en alguna de esas providenciales ‘mangas o surcos’ y permaneció allí en una estéril espera de ayuda que jamás iba a llegar.