¿Se imagina usted, señor o señora lector, que Felipe González con varios de sus ministros hubiesen ido a un restaurant de Madrid, “guarida” de nostálgicos del franquismo, y cuyas paredes estuviesen tapizadas con fotografías de Franco y de sus adláteres; y que además se hubiesen fotografiado para que el dueño los exhibiera sonrientes para la posteridad junto con Franco y compañía?