El poder israelí no tiene ya ningún complejo en romper el viejo oxímoron que calificaba a Israel de Estado judío y democrático. La ley sobre la Nación tira a la basura la vieja pretensión de ser a la vez un Estado judío y un Estado democrático: Israel pertenece ya al pueblo judío y únicamente a él. Las y los ciudadanos palestinos son inquilinos; su presencia en el país y el ejercicio de sus derechos cívicos son condicionales, y por tanto siempre provisionales.